Álbum de fotos:
• La Costa Oeste
Servicios recomendados:
• Camping Gentle Annie
Fecha Actividad Tramo Distancia (Km) Asc. Acc. (m) Desc. Acc. (m) 20-Mar-19 Bici De Pleasant flats a Haast 48.1 228 325 21-Mar-19 Bici De Haast al Lago Paringa 49.9 412 399 22-Mar-19 Bici Del lago Paringa al Glaciar Fox 71.7 389 252 23-Mar-19 Bici, Excursión Del glaciar Fox al glaciar Franz Josef 53.7 882 873 24-Mar-19 Bici Del glaciar Franz Josef a Ross 107.0 651 757 25-Mar-19 Bici De Ross a Hokitika 24.0 26 20 28-Mar-19 Bici De Hokitika a Punakaiki 88.8 332 326 29-Mar-19 Bici, Excursión De Punakaiki a Westport 71.1 597 608 30-Mar-19 Bici De Westport a Mokihinui 62.9 175 172 31-Mar-19 Bici De Mokihinui a Karamea 55.2 586 592 2-Abr-19 Bici, Excursión Arcos de Oparara 58.3 701 714 3-Abr-19 Excursión Del refugio Kohaihai al Heaphy 16.4 126 132 4-Abr-19 Excursión Del refugio Heaphy al Mackay 19.3 680 33 5-Abr-19 Excursión Del refugio MacKay al Perry saddle 23.4 419 248 6-Abr-19 Excursión, Bici Del refugio Perry saddle al Brown 32.7 38 842 Total 782.5 6242 6293
Nuestro recorrido por la costa Oeste de la isla Sur empieza un poco decepcionante. Los primeros puntos de interés son los glaciares Fox y Franz Josef. Nos da la impresión que los operadores turísticos siguen presentándolos como grandes atracciones pero en realidad ya han dejarlo de serlo. Parece que durante los últimos años los frentes de ambos glaciares han retrocedido considerablemente. Cada año hay que andar más para acercarse, pero aun así cada año se ven desde más lejos. Hasta el punto de que hay gente que dice que la única manera de verlos bien es en helicóptero, que por cierto sobrevuelan la zona constantemente. De hecho, ni siquiera nos acercamos al Fox. En lugar de eso, preferimos dar la vuelta al lago Matheson al amanecer. El lago está rodeado de bosque, el agua está absolutamente calmada y la reflexión es perfecta, tanto de la vegetación que lo rodea como de las estrellas del espejo, los picos Cook y Tasman en la cordillera alpina.
Al frente del Franz Josef sí nos acercamos. Primero por una ciclovía que discurre por el bosque y después andamos 3 km hasta el mirador. Desde allí, el glaciar está por lo menos a otro km y a 300 o 400 metros más alto. Aunque el día es soleado, apenas llegamos a ver los tonos azules del hielo comprimido.
La población de Hokitika nos sirve de refugio de la tormenta que se avecina. Cuando llegamos, el río Hokitika sólo cubre un décima parte de la anchura de los 300 metros de puente. A cabo de un par de días el agua ocupa toda la anchura y corre a una velocidad considerable. En la desembocadura, el agua turbulenta del río y las olas del mar luchan creando una zona que da miedo. Las olas depositan en la arena de la playa los troncos que el río ha arrastrado desde la cordillera. En Franz Josef, el puente metálico por donde cruzamos hace 4 días, ha sido arrasado por el agua que baja desde el glaciar. Tal era el caudal que el puente de metal se doblegó a la corriente como si fuera de plastilina. La nacional 6, la única carretera que recorre la costa Oeste, está cortada en ese punto.
Nuestro siguiente destino son las crepes de Punakaiki, en el parque nacional Paparoa. Se trata de unas formaciones calizas muy curiosas. Los sedimentos marinos de los que están compuestos, están estratificados en cientos de capas de igual espesor. La erosión de las olas, por encima del nivel del mar, ha dejado un intrincado conjunto de torreones multicapa aislados. Por debajo hay todo un laberinto de cavernas y túneles. Llegamos en el momento óptimo con la conjunción de la marea alta, un mar agitado todavía por la tormenta y la puesta de sol. Las olas se cuelan entre los torreones hacia callejones sin salida. El agua se empuja a sí misma por los túneles subterráneos. La presión que se acumula es tal, que en un punto en particular el agua sube primero unos 10 metros por una chimenea de roca y después es escupida 10 metros más por encima de la chimenea. Con el sol bajo, ya casi en el horizonte, el agua pulverizada genera un arco iris mientras se acerca a nosotros y desaparece cuando nos moja los rostros.
A la mañana siguiente hacemos una excursión corta por el parque. Subimos por la cuenca del río Pororari y bajamos por la del Punakaiki. La particularidad de este parque es que el terreno está compuesto principalmente por roca caliza, muy fácil de erosionar. Durante el paseo se ven acantilados excavados por el Pororari, escondidos entre helechos gigantes y palmeras Nikau, una especie muy abundante en el parque.
Las puestas de sol en esta costa son espectaculares pero una en particular ha sido especial. En Mokihinui, mientras el sol se esconde entre las nubes del horizonte, un arco iris de colores cálidos y tenues se forma en el Este, entre la playa y las montañas.
Esa noche también fue especial. El material que llevamos en el viaje empieza a fallar. El calzado de Cèsar tiene la suela tan lisa y fina que nota cualquier piedrecita que pisa. Además tiene un par de agujeros en la zona del dedo gordo que inutilizan la capa de gore-tex que tienen. Eso sí, drenan muy bien. La tienda es relativamente nueva, pero no ha salido buena. A pesar de haber escogido la misma marca de la que teníamos antes (y que nos duró 15 años, incluyendo el año en bici por Sudamérica), la lona ha empezado a abrirse en la zona de la cremallera de las puertas. Estamos en contacto con el fabricante y han reconocido que han dejado de fabricarla. Les hemos mandado un informe con todos los defectos que hemos encontrado y mejoras posibles. La devolveremos al acabar el viaje, a no ser que nos la cambien por una versión mejorada. Las mochilas que llevamos en las excursiones a pie se han roto un par de veces. Las costuras que unen las coreas desde los hombros hasta la base de la mochila no han aguantado. Las hemos hecho coser y siguen operativas… hasta la próxima. O las cargamos demasiado o no están diseñadas para tanto trote. Lo peor ha sido la colchoneta inflable para dormir. La compramos especialmente para este viaje. Estábamos ya cansados del espacio que siempre quedaba entre nuestras colchonetas individuales previas, así que compramos una doble súper guay. Se parece a una de esas colchonetas de playa con compartimentos inflables longitudinales, como un paquete de salchichas de Frankfurt. Pues bien, como a Judit le gusta dormir sobre colchón duro, normalmente inflamos su mitad a unas 1200 atmósferas de presión. La primera desgracia pasó uno de los pocos días que hemos dormido dos noches seguidas en el mismo camping. Dejamos la colchoneta inflada durante el día. Al ir a dormir, la sorpresa fue que dos de las cámaras longitudinales se han convertido en una, con el correspondiente aumento de altura. Seguramente la pared interior que las separaba se ha despegado de la capa superior o inferior debido al aumento de temperatura por estar al sol. Por suerte esas dos salchichas (ahora convertidas en un bratwurst) están cerca de un lateral y sólo hacen que la parte utilizable de la colchoneta sea más estrecha. Así hemos ido funcionando durante un par de semanas. Pero durante el inflado en Mokihinui, otras dos paredes interiores se despegaron. Además eran paredes contiguas, con lo que se formó una salchicha triple, justo al lado de la doble que ya existía. Esa noche a Cèsar le tocó dormir boca abajo, con los brazos y piernas a horcajadas, abrazado a una morcilla gigante. A partir de ahora se va a instaurar un sistema rotatorio para escoger en qué mitad de la colchoneta duerme cada uno.
Karamea es la población más al Norte de la costa Oeste. Desde aquí cogeremos un bus para recorrer los 20 km hasta el principio de la ruta a pie Heaphy, uno de los Great Walks. Las bicis se irán volando hasta el final de la ruta. Pero antes de eso, nos tomamos un día para visitar el arco de Oparara. La verdad, no nos esperábamos mucho de esta visita, pero la zona nos ha sorprendido muy gratamente. De hecho, es parte del parque nacional Kahurangi, igual que el Heaphy track. Para llegar tenemos que recorrer 25 km y 400 m de subida en bici para llegar a la zona de las excursiones a pie. La primera es al arco del río Oparara, la formación más famosa. Durante el camino hacia el arco ya nos enamoramos de esta parte del parque. Los ríos aquí están fuertemente teñidos con un color azúcar quemado que resalta con la vegetación verde brillante que los rodea. Es ese color del azúcar quemado de las natillas de tu madre. Esas que acostumbrabas a comerte cuando parecía que ya no te cabía nada más porque te habías comido medio pato a la naranja, con sus ciruelas y piñones, y habías mojado pan en la salsa hasta la saciedad. O varios trozos de rape y de merluza de la zarzuela además unas cuantas cigalas gigantes y sepia blandita. Y todo eso después de haberte inflado de aperitivos deliciosos... Esto... volvamos al tema del agua teñida. El agua tiene ese color por la cantidad de hojas en descomposición del bosque y la gran cantidad de lluvia que cae. Las hojas dejan ir unos taninos que tiñen el agua de color azúcar quemado, como el de las natillas... ¡Ya estamos otra vez! En particular, hay una playita en una curva del río Oparara donde el río tiene un gradiente de profundidad suave y cuando le da el sol, muestra toda una gama de tonos desde transparente hasta ese color caramelo intenso, como el azúcar quemado de las natillas de tu madre... En la playa hay un árbol enorme con todo un ecosistema de helechos, musgo y líquenes en sus ramas, que cuelgan elegantemente hacia el río. Un rincón realmente hermoso y especial.
El arco sobre el Oparara en realidad es un túnel excavado por el propio río en la piedra caliza. El túnel es bastante impresionante. Tiene 200 metros de longitud, 49 de anchura y 37 de altura. En las paredes y techo que reciben un mínimo de luz se aferran helechos y todo tipo de plantas colgantes. El segundo arco famoso de la zona es el arco de Moria. Este es menos impresionante pero más bonito.
Primero porque se accede a él a través de una caverna, llamada la puerta de Moria. Una vez dentro, vas a parar a una playa en mitad del túnel. Del techo gotea agua que ha atravesado la capa de roca caliza. La entrada y la salida del túnel deslumbran de verde radiante, mientras un río de natillas fluye tranquilamente a nuestros pies… Uhhh, perdón. Es que ayer a Judit se le aflojó un tornillo y se puso a cocinar como posesa. Del horno del aparthotel donde nos hospedamos salía de todo: pan, galletas con trocitos de cacao, otras con almendra, pan de plátano y coco… Todo con un contenido calórico astronómico y de una densidad superior a la del plomo. Denso y rico. Pero hoy, al llegar al comienzo de las excursiones a pie, nos hemos zampado todo lo que llevábamos, que claramente no era suficiente… Más bien era muy insuficiente y ahora sufrimos alucinaciones debidas al hambre. Nada que no podamos corregir al volver al aparthotel…
El primero de los cuatro días del circuito Heaphy va pegado a la costa. La mayoría del recorrido va inmerso en el bosque, pero algunos tramos van sobre la playa. El bosque es de lo más extraño, una mezcla de helechos gigantes, palmeras y hayas, cubiertos por musgos y líquenes. El sol te ciega por unos segundos cuando sales del bosque a la playa. Cuando regresas al bosque necesitas un tiempo para acostumbrarte de nuevo a la penumbra. Así de espesa es la vegetación.
Por el camino nos vienen a saludar los fantail, unos pajarillos pequeños pero con una cola tan larga como el resto de su cuerpo revoloteando como mariposas a nuestro alrededor. También los weka, una especie de pollo atrevido y escandaloso. Incluso encontramos una concha de un caracol carnívoro que se encuentra en esta zona. Se alimenta de gusanos que engulle como si fueran un espagueti. Tiene que ser una imagen inolvidable ver a un caracol sorber un gusano… Por supuesto, el dichoso caracol es nocturno, como la inmensa mayoría de fauna en este país. El refugio Heaphy está justo antes de que la ruta se aleje de la costa. Aquí acabamos el primer día y disfrutamos de otra puesta de sol preciosa, la última que veremos en la costa Oeste.
El segundo día del circuito es aún más espectacular que el primero. Durante los primeros 7 km remonta el río Heaphy y va bastante llano, hasta llegar al refugio Lewis. El bosque en esa zona sigue siendo como ayer, pero la cantidad de aves que se oye cantar es increíble. Encontramos un grupo de 6 o 8 bellbirds que compiten por entonar el canto más complicado. Los tuis intentan imitarlos, pero el graznido que sueltan de vez en cuando les delata. Nos divertimos con los pequeños robins, escarbando con el pie o con un palito sobre el camino y esperando que vengar a picotear. Incluso vemos un par de nidos de cormorán en un árbol seco sobre el río. En los nidos todavía están unos pollos holgazanes, bastante creciditos y más que listos para volar. Los más encantadores siguen siendo los fantails, volando casi aleatoriamente de rama en rama, cruzándose entre nosotros, siguiéndonos por el camino.
También en esta zona tenemos la suerte de ver uno de los caracoles carnívoros cruzando el camino, a plena luz del día. Al pasar por encima retrae los cuernos y se esconde en su concha, pero uno a uno estira los tentáculos de los ojos y empieza a salir. La concha de éste tiene unos 6 cm de diámetro, pero pueden llegar a ser del tamaño de un puño.
A partir del refugio Lewis empieza la suave subida hasta el final de nuestro día, el refugio MacKay. La vegetación va cambiando gradualmente, desde el bosque de palmera y helechos, mezclándose con cada vez más hayas y dejando paso a los árboles de té a partir de los 700 metros de altura. En esta subida los conciertos y sinfonías de los pájaros se suceden casi sin parar. El sol se filtra sólo donde la espesura de las copas disminuye. La penumbra es casi permanente. El camino serpentea en subida constante. En el lado del valle de vez en cuando podemos ver como ganamos altura respecto al río.
La pared del lado de montaña está tapizada de musgo con decoraciones de helechos y de vez en cuando de setas. Setas de todos los colores. Todos hemos visto setas marrones. Las blancas son también comunes. Las moradas y las rojas ya no tanto. Las de color rojo brillante son extrañas, pero nosotros ya las habíamos visto en el Doubtful Sound. ¡Pero hoy hemos visto setas azules! La típica seta con sombrero cónico, bastante puntiagudo y azul. Y no, no habíamos probado ninguna de ellas. No estábamos bajo ningún efecto alucinógeno. La caminata de hoy ha sido preciosa, probablemente una de las mejores que hemos hecho en este viaje.
El tercer día del recorrido no es tan espectacular como los dos primeros. Aun así, tiene varias zonas interesantes. Por primera vez en 40 o 50 km, el camino pasa por una zona sin bosque. Se trata de una pradera de hierbas altas. Esta es la zona preferida por los takahes, una especie de pavo gordo en peligro de extinción. Pero lo máximo que llegamos a ver son sus cagadas alrededor del refugio Saxon. Ahí nos encontramos a la guardaparques y nos dice que hace días que cada tarde aparecen, pero no durante el día. El tramo más bonito del día es el bosque encantado. Se trata de un tramo de terreno calizo con depresiones, rocas puntiagudas y canales cubiertas de musgo. Cerca del refugio Perry Saddle nos encontramos un polluelo de Weka. Es una bolita oscura de plumón con patas corriendo y piando como un loco. Uno de sus progenitores ha trepado por el bancal del camino monte arriba, pero el pequeño no puede saltar tan alto y se ha quedado atrás en el camino. Cuando nos acercamos a él, uno de los adultos baja de un salto del bancal para proteger al pequeño y lo aleja de nosotros con una llamada diferente de las que habíamos oído hasta ahora. Parece extraño que esta familia todavía tenga polluelos tan pequeños a principios de otoño.
Nuestro último día del circuito es un poco acelerado. A las 12 nos espera un minibús en el refugio Brown, al final de los 17 km de bajada, para llevarnos al aeropuerto donde deberían esperarnos las bicis. Así que salimos a las 7:30 cuando el sol todavía no ha salido. Bajo la espesura del bosque, todavía es difícil caminar sin tropezar. Hay tan poca luz que incluso vemos un par de rurus, un búho pequeño endémico de Nueva Zelanda. Esta noche ha llovido a la altura del refugio, pero los picos de las montañas que nos rodean están cubiertas de las primeras nieves del otoño. Los pájaros todavía están aletargados por el frío y la lluvia y tardan un rato en empezar a cantar. En un par de puntos del camino en algún momento hubo un corrimiento de tierra y los árboles todavía no han crecido. Ahí podemos ver las nubes cubriendo parte del fondo del valle. Hace un par de noches, algunos de los excursionistas que hacen el camino en el sentido contrario comentaban que el trayecto desde el refugio Brown hasta el Perry saddle es aburrido. Nosotros no estamos de acuerdo. Es precioso. Los rayos de sol se filtran con un ángulo bajo todavía, iluminando selectivamente la vegetación del sotobosque resaltando el verde resplandeciente del musgo mojado o de una hoja de helecho. Los weka remueven las hojas en busca de su desayuno. A cada poco atravesamos un riachuelo. En fin una maravilla. Incluso en un momento de la bajada, una gota de agua que cuelga de una rama, actúa como prisma. Dependiendo del ángulo desde que la miramos, la gota cambia de color pasando por todos los del arco iris. Un efecto mágico que nunca habíamos experimentado antes.
La ruta por la costa Oeste empezó un poco floja con las decepciones de los glaciares Fox y Franz Josef, pero aquí en el Norte ha compensado con creces con los parques nacionales Paparoa y sobre todo con las dos visitas al parque Kahurangi, en la Oparara basin y el Heaphy Great Walk, claramente uno de los mejores que hemos hecho nunca. Nuestro próximo objetivo: cruzar en kayak el parque nacional Abel Tasman. Pero eso ya será en nuestro relato siguiente.
© 2018 Explore Pangea. All Rights Reserved. Website Terms of Use.