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• P. N. Conguillio
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En esta etapa cruzamos el Parque Nacional Conguillio, empezando en Melipeuco y acabando en Curacautín. El protagonista principal del parque es el volcán Llaima, visible desde cualquier rincón, gracias a sus 3000 metros de altura. En resumen, esta visita consta de un día de subida hasta la zona de lagos del parque y un segundo día donde hacemos una excursión y bajamos hasta Curacautín. El parque en esta época del año está precioso. En las laderas con vegetación hay una mezcla de árboles perennes y caducos que crean un caleidoscopio de colores acentuado por el contraste con las rocas y cenizas volcánicas. Además, con los magníficos días soleados que hemos tenido, siempre encontramos una nueva manera de fotografiar al Llaima, sea enmarcado entre araucarias, entre follaje amarillento o rojizo, o por sí solo contra el cielo azul.
30 de Abril: De Melipeuco al Lago Conguillio (Perfil)
1 de Mayo: Del Lago Conguillio a Curacautín (Perfil a pie) (Perfil en bici)
La subida desde Melipeuco hasta la zona de camping a orillas del Lago Conguillio no ha sido tan dura como nos esperábamos. La pendiente de la pista es muy gradual, de aproximadamente 25 metros por kilómetro. Sin embargo, lo que ha hecho que no notáramos la subida es la hermosura del paisaje que nos ha mantenido distraídos en todo momento.
Ya desde el fondo del valle y con un cielo totalmente despejado, el volcán impone su presencia. El Llaima es el segundo volcán más activo de Sudamérica. Su cumbre termina en un doble cráter, uno de 2900 m de altura y el más alto llega a 3125 m. A medida que ganamos altura por la pista, se ve una de las coladas de lava que bajan desde sus faldas. De hecho, la pista cruza por ella. A nuestra izquierda, en el lado del Llaima, sólo hay escoria, a excepción de alguna isla de árboles que quedan en alto y sobrevivieron la última erupción. A la derecha, la lava sigue hasta el Río Truful-Truful, nombre mapuche que significa “de salto en salto” por las cascadas. Al otro lado del río, en las faldas de las montañas se ve una diversidad de árboles que en esta época del año da un colorido fantástico al paisaje. Amarillos, rojos y verdes se solapan desde el fondo del valle hasta las crestas, donde se ve el perfil de las araucarias vigilándolo todo desde lo más alto. De vez en cuando, el río ha erosionado la ladera dejando al descubierto los estratos de las diferentes coladas del Llaima.
A media subida, la pista se interna ligeramente en el bosque, a pocos metros de la lava pero suficiente para cubrir totalmente el camino. El sol está en lo más alto de su recorrido e ilumina intensamente las hojas ocres y rojas. Nosotros desde abajo vemos un techo brillante decorado con tonos cálidos.
Al llegar a la cota de 1100 m salimos del bosque y un remolino de hojas amarillas se despide de nosotros girando en espiral alocadamente. A esta altura las araucarias toman posesión del paisaje y el bosque está mucho más despejado. Esto nos da nuevos encuadres del Llaima que no dudamos en fotografiar.
Llegamos finalmente a la orilla del Lago Conguillio desde donde se ve sin obstrucción el volcán Sierra Nevada, aunque no tiene esa forma cónica tan esbelta de su vecino. Llegados al camping nos sentamos en la playa de grava volcánica y nos ponemos a tomar el sol. Nos damos cuenta que es la primera vez en el viaje que la temperatura es suficientemente agradable para destaparse y exponer la piel desnuda al sol. Así nos pasamos más de una hora hasta que se pone el sol tras la cordillera. Entonces corremos a montar la tienda y empezar la rutina nocturna.
Antes de continuar el cruce del parque hacemos parte de la excursión que sube hasta el Volcán Sierra Nevada. Sólo subimos hasta un mirador a 5 km del comienzo del sendero desde el que no sólo se tiene una vista excepcional del Llaima y del Sierra Nevada, sino que además se ve el Villarrica en la distancia. El camino atraviesa un sotobosque atiborrado de todo tipo de arbustos, bambú y musgo. El bosque es una mezcla de raolí y araucarias. El raolí proporciona la variedad de tonos cálidos. La araucaria da un verde oscuro que sirve de fondo. Incluso Pablo Neruda escribió una Oda a la Araucaria. “Alta y oscura te pusieron, dura y hermosa araucaria de los australes montes, punta del viento nave de la fragancia…”. El viento transporta el polen amarillo que desprenden los árboles macho hasta las piñas de los hembra. Al cabo de dos años las piñas dan su preciosa carga de piñones, esencial para los antiguos mapuches.
Hacia los 1300 m de altitud la nieve cubre el camino pero como está dura no nos mojamos los pies. Desde los miradores intermedios, pero sobre todo desde el último, la panorámica es espectacular. A nuestros pies está el Lago Conguillio reflejando la cumbre del Llaima. Sus orillas están pobladas por árboles de todos los colores. Detrás el volcán protagonista del parque, en la lejanía está el Villarrica. A nuestras espaldas la cresta alargada del Sierra Nevada. Y el cielo está totalmente azul un día más. Nos sentamos en la nieve a contemplar sintiéndonos afortunados de poder gozar de tanta belleza.
El Lago Conguillio tiene la particularidad de haberse formado como consecuencia de una de las erupciones del Llaima. La colada de lava bloqueó el flujo del río y creó una presa natural. El lago no tiene desagüe en forma de río, sino que el agua se filtra por la roca volcánica del lecho, muy porosa y permeable que facilita el escurrimiento del agua al cauce del antiguo río.
De regreso a la pista principal, recuperamos nuestras bicis del escondite donde las habíamos dejado y nos ponemos en marcha hacia Curacantín, el pueblo donde hoy dormiremos. La pista también está nevada cerca del collado pero los vehículos que han pasado desde el temporal de la semana pasada han dejado roderas limpias de nieve que aprovechamos de buen grado. El bosque es demasiado tupido para permitirnos ver el Llaima. Sólo cuando llegamos a la colada de la última erupción en Enero del 2008 aparece a la vista. Aquí la panorámica es escalofriante. Acabamos de salir de la vegetación frondosa y de repente se convierte en un desierto de escoria y rocas puntiagudas impenetrable para cualquier forma de vida. Sin embargo, el paisaje sigue siendo alucinante. En esta cara del volcán los conos laterales tienen depósitos rojizos bien diferenciados del negro que hasta ahora habíamos visto.
Por una pista en bastante mal estado seguimos descendiendo hasta las llanuras. A media bajada me quedo sin freno delantero. Desde que lo resangraron en Pucón ha ido perdiendo potencia de frenado paulatinamente. Probablemente el mecánico le dejó demasiado poco aceite y el desgaste de las mordazas en estas bajadas es considerable. Por suerte el de atrás funciona, aunque también va por el mismo camino. Necesitan un sangrado urgente. Los últimos kilómetros de pista son un poco agobiantes por el tráfico irrespetuoso de los que regresan a casa después del paseo dominical. La polvareda casi que se acepta con agrado después de tanto charco y lluvia, pero la velocidad a la que pasan es excesiva. El sol bajo nos ciega en las últimas rectas, ya asfaltadas, hasta Curacautín. Dos nuevos volcanes aparecen a nuestros ojos, el Lonquimay y el Tolhuaca. ¡Ahora estamos rodeados por tres!