Álbum de fotos:
• De Humahuaca al P. N. Calilegua
Alojamiento y comida:
• Hospedaje Portal de las Yungas (03887) 462001 (Santa Ana)
• Restaurante Tía Carola (San Francisco)
Descargar fichero de Humahuaca al P. N. Calilegua:
• Ruta GPS y waypoints
Sobre la mayoría de mapas de la zona, entre Humahuaca y el Parque Nacional Calilegua no hay conexión. Lo cierto es que para vehículos hay una pista desde Humahuaca hasta Santa Ana y otra entre el parque y Valle Colorado, pero entre Santa Ana y Valle Colorado no hay comunicación para coches. Y no es de extrañar, pues la orografía lo hace casi imposible. Sin embargo, los incas sí tenían su camino para ir desde la puna andina hasta las yungas. Hoy, los lugareños todavía usan parte de él para desplazarse. Nosotros pedaleamos por las pista vehiculares y arrastramos las bicis por el Camino Inca y un sendero al borde de un precipicio para completar un recorrido a través de varios ecosistemas naturales, diferentes pueblos indígenas y una serie de experiencias difíciles de olvidar. Aquí está el relato de esta travesía.
29 de Junio de 2011: De Humahuaca a Cianzo (Perfil)
30 de Junio de 2011: De Cianzo a 4400 m (Perfil)
1 de Julio de 2011: De 4400 m a Santa Ana (Perfil)
2 de Julio de 2011: De Santa Ana a Valle Grande (De la Puna a las Yungas) (Perfil)
3 de Julio de 2011: De Valle Grande a San Francisco (Perfil)
4 de Julio de 2011: De San Francisco al Parque Nacional Calilegua (Perfil)
5 de Julio de 2011: Del Parque Nacional Calilegua a Jujuy (Perfil)
La pista que sale de Humahuaca hacia Cianzo comienza con una pendiente muy suave durante los 2 primeros kilómetros. A partir de aquí, y hasta el km 10, la subida se incrementa pero no supone un gran problema. El terreno es aceptable, con una mezcla de piedra suelta y serrucho leve que se pueden ir evitando más o menos. El trazado consiste en largas rectas apuntando hacia la sierra que tenemos que cruzar. Justo al pie de las laderas encontramos las últimas casas. La mayoría de ellas parecen abandonadas, pero alguna tienen gallinas y burros alrededor.
En el km 10 la pendiente se incrementa al 8% y continua así hasta el km 20. Como si la pendiente no fuera suficiente, la altura se encarga de poner a prueba nuestra resistencia. Hoy hemos partido de 3000 m de altura y el collado que tenemos delante está a 4240 m. Hace ya rato que vamos uno detrás del otro sin hablar. Cada bocanada de aire es necesaria, pero a partir de los 3800, los descansos se hacen más frecuentes. Afortunadamente, el terreno está más compactado. Probablemente debido a que los vehículos circulan por aquí más despacio, por la pendiente y por la falta de oxígeno para la combustión del motor. De vez en cuando nos adelanta alguno. Los camiones parece que se arrastren cuesta arriba.
No hay ni una nube en el cielo y el sol calienta nuestras ropas negras. Corre un leve viento del Oeste que, aunque helado, nos empuja a borbotones hacia arriba. La temperatura es baja. No sabemos exactamente a cuanto estamos, pero el único arroyo que la pista cruza está congelado. Y ya son las 3 de la tarde. Las curvas de 180 grados se encadenan sin fin, pero cada una que superamos significa que queda menos. A media subida un rebaño de vicuñas cruza la pista. Hasta ahora sólo habíamos visto 2 de los 4 camélidos existentes en Sudamérica, las llamas y los guanacos. Las vicuñas son algo menores en tamaño y se distinguen fácilmente de los anteriores por tener un cuello delgado y esbelto. Escapan de nosotros ladera arriba, dando saltos como si no supusiera ningún esfuerzo. En cambio nosotros tenemos un suave dolor de cabeza y algún que otro leve mareo al mover la cabeza rápidamente debido a la altura.
Sobre el km 20, la pendiente afloja y podemos llegar hasta el collado, 3 km más adelante, en un par de tiradas. Aquí nos desviamos de la ruta que siguen los vehículos y nos lanzamos monte abajo por una pista de 4x4 que nos llevará directamente a Cianzo. La bajada es una gozada. La pista está en bastante buenas condiciones y la pendiente es de un 12%, así que perdemos altura rápidamente. A medida que nos acercamos al fondo del valle, nuestro ángulo de vista se amplía y descubrimos el pueblito de Cianzo, al lado del río, rodeado de pastizales. Se encuentra detrás de una colina mitad gris, mitad roja. Al otro lado del valle y más al Sur se nos aparecen una sucesión de estratos casi verticales de diferentes colores. Se trata de la Serranía del Hornocal. La estructura es parecida a la que vimos hace unos días en Maimará, pero esta es mucho más grande y bonita. Otra de las cimas parece haberse partido por la mitad dejando expuesto un apilamiento de sedimentos delgados coloreados entre el blanco y el rojo. Por encima de todo lo terrenal, un cielo azul saturado que redondea la escena.
Llegados a Cianzo, rellenamos las botellas de agua en casa de un lugareño y proseguimos ya en búsqueda de un sitio para acampar. A unos pocos km del pueblo, al margen del río y fuera de los cercados que delimitan los campos de cultivo o pastoreo, encontramos un lugar adecuado. Es un espacio reducido rodeado de matorrales pero suficiente. A pocos metros hay un pastor con su rebaño de ovejas. Montamos la tienda y vamos a saludarle para asegurarnos que no molestamos. Se trata de un tipo huraño y malhumorado que apenas responde al saludo. Es cierto que ya hemos instalado la tienda, pero fuera de su campo. Su único comentario más allá de un gruñido es: “Voy a volver más tarde para quemarlo todo”. Y sin atender a razones se aleja con su rebaño. El sol ya se ha puesto detrás de la cresta y el frío comienza a notarse de verdad. Allí nos quedamos plantados sin saber qué hacer. Al final decidimos desmontar la tienda, pero no sabemos si volver a Cianzo o seguir adelante y alejarnos del pirómano de la colina. En ese momento un local en bici pasa en dirección hacia el pueblo. Lo interceptamos, le contamos el suceso y nos sugiere que preguntemos si podemos dormir en la escuela. Nos parece una alternativa perfecta y los 3 nos vamos pedaleando de regreso a Cianzo. Una vez en la escuela, todo son facilidades y nos habilitan una sala para montar la tienda. Esta noche dormimos bajo 2 techos y lejos del loco del pueblo. El único problemilla es que mañana los alumnos llegan sobre las 8:15 y para entonces tenemos que estar fuera. Fuera probablemente quiere decir al exterior. No creemos que a esa hora el sol esté suficientemente alto como para llegar al valle. Las maestras se aseguran de que sabemos que va a ser una noche fría y para ello nos muestran cómo de tiesa está la ropa que tienen tendida. Las mangas congeladas se niegan a seguir la ley de la gravedad. En fin, que para nosotros es una estupenda solución comparado con chamuscarnos a media noche.
Hoy nos levantamos más temprano que de costumbre, pues los niños entran a la escuela sobre las 8:15. Para cuando aparecen los primeros ya lo tenemos todo recogido, pero las bicis provocan su curiosidad. Sin embargo, son demasiado tímidos para preguntar nada. Mientras charlamos con algunas de las profesoras la línea de sol sobre la ladera Oeste del valle va bajando. La escuela tiene 50 alumnos y 7 profesores, algunos de ellos para materias especiales como técnicas agropecuarias, música y artes plásticas. Sobre las 9 se iza la bandera mientras entonan el himno de la patria. Después del homenaje nos sacamos unas fotos, nos despedimos y emprendemos la marcha.
Las zonas del río donde el agua corre lentamente están congeladas. De hecho tenemos que atravesar un par de afluentes con una gruesa capa de hielo. Afortunadamente, algún vehículo ya ha cruzado y lo ha roto dejando las roderas que aprovechamos para atravesarlo. Hasta el km 6, la pendiente es aceptable, a pesar del mal estado de la pista. A partir de ahí y durante los próximos 8 km, el esfuerzo es considerable, teniendo en cuenta que estamos por encima de los 3600 metros de altitud. El último par de km hasta el 14, se hacen realmente duros, principalmente por la pendiente (superior al 10%) y las piedras que frenan la marcha y nos hacen perder el equilibrio. En este tramo tenemos que arrastrar la bici en varias ocasiones. A todo esto, ya tenemos a la vista el Abra de Zenta, el collado por el que tenemos que pasar. En la otra ladera del valle que remontamos se ve un flanqueo infinito aunque de pendiente más suave. En esta zona nos encontramos con un aldeano acompañado de su perro y 3 burros. Antes de cruzarse con nosotros se aparta de la pista pero cuando le saludamos se acerca y nos devuelve el saludo con un apretón de manos suave. La piel de sus manos está recorrida por grietas rellenadas con el polvo del camino; sus labios y dientes oscurecidos por las hojas de coca que masca (el consumo de hojas de coca es legal en las provincias de Salta y Jujuy and Argentina). Charlamos unos instantes y cada uno sigue su camino. Al llegar al fondo del valle y pasar a la otra ladera, el terreno mejora notablemente y podemos avanzar con más rapidez. Menos mal, porque si no hubiera sido interminable.
Llegar a la Abra de Zenta (4480 m) ya es un logro de por sí, pero sabemos que aun siendo un collado, no es el final de nuestra subida. La pista que seguimos sigue ascendiendo a mano derecha, hasta los 4620m y a 21 km de Cianzo. Llegados al collado verdadero para nosotros, vemos que la pista baja precipitadamente hasta un valle que no parece tener salida y luego remonta por el otro lado hasta la misma altura a la que estamos ahora mismo. Este tramo nos era desconocido porque el mapa GPS que tenemos tiene un vacío de cotas de nivel en esta zona. Comenzamos a bajar y al llegar a una zona más o menos plana, montamos la tienda. Ya no estamos para remontar el segundo collado y además son ya las 4 de la tarde. Aunque dormir a 4400 no es nuestro sueño, lo preferimos a sufrir la segunda subida y tener que bajar sin sol por el otro lado sin saber si encontraremos algún sitio para acampar. Además, aquí tenemos un riachuelo para reponer agua. Bueno tenemos que buscar un charquito entre las placas de hielo de un grosor de 5 cm… En fin, nos instalamos justo antes de que el sol se ponga tras la cordillera y nos refugiamos rápidamente dentro de la tienda. La noche va a estar fresquita.
Pues sí, un poco de fresquillo sí que ha hecho. Sólo hace falta decir que el agua de las botellas que teníamos dentro de la tienda se ha congelado… Por lo que respecta a nosotros, sólo los pies han sufrido. Ha quedado demostrado que dormir con 2 jerséis, el forro polar, dos pantalones y guantes dentro del saco es suficiente. Parece que dos pares de calcetines y la toalla adicional que Judit se ha enrollado en los pies, no. Supongo que el insomnio que he tenido hoy ha sido producto de la altitud. Por fin he encontrado un remedio para combatir mi facilidad para quedarme dormido. Hasta que el sol no ha empezado a entibiar la tienda no hemos salido del saco, por mucho que las vejigas presionaran. El agua para el desayuno ha tardado horrores en hervir. Fuera hace un frío de muerte.
El viento no ha parado de soplar en toda la noche y todavía continúa. A las 11:30 estamos listos para volver a la pista y seguir nuestro recorrido. Aunque el frío no es demasiado intenso al sol, el viento es gélido. Se supone que toda Argentina está afectada por un frente polar. Lo extraño es que aquí el viento viene predominantemente del Norte. Comenzamos la ruta de hoy bajando unos 200 metros, hasta el fondo del valle, donde empieza la subida hacia el siguiente collado. Al llegar al punto más bajo tenemos que parar porque no notamos los dedos de las manos, especialmente yo. La mejor manera que se nos ocurre de darles calor es colocarlos en las ingles, por supuesto, por dentro de toda la ropa. En mi caso los huevos huyen hacia el interior del cuerpo en un plop-plop que nunca antes había experimentado. Entre esto y el tamaño reducido que su compañera tenía esta mañana durante la primera micción del día, creo que me estoy quedando sin sexo. ¿Me estaré convirtiendo en ángel? Al cabo de un par de minutos, parece que los dedos empiezan a reaccionar porque me duelen horrores. Creemos que entro en un inicio de hipotermia, pues noto como si me faltara aire. Judit me abraza con fuerza mientras me frota la espalda y parece que empiezo a recuperarme. Por suerte no hay nadie presenciando la escena porque ya os podéis imaginar a Judit abrazándome mientras yo voy respirando arrítmicamente con las dos manos en los huevos. Superada esta primera crisis, comenzamos la subida. No pasa demasiado tiempo hasta que ahora es Judit la se queda sin dedos. Usa la misma técnica, pero ella no tiene la fortuna de sentir el doble plop. Yo no desaprovecho la oportunidad y repito el ejercicio. Ahora ya somos dos encogidos en el suelo con las dos manos en las ingles (respectivas). Esta escena se repetirá a lo largo del día varias veces. Tengo que agradecer públicamente a mis huevos que en todo momento han estado allí cuando los he necesitado y, aunque han intentado escabullirse, me han salvado los dedos.
Pues bien, superado el primer collado del día (a 4600 metros), comienza una suave bajada que rodea la cima para mostrarnos que el camino vuelve a subir, aunque de manera suave. El problema principal no son las subidas, sino el mal estado de la pista, el viento helado y la altitud. Tener que esquivar las piedras y, sobretodo, pasar por encima mientras asciendes supone un esfuerzo considerable. En cambio, las vizcachas que vemos corretean y dan brincos por encima de las rocas como si nada. Hacia el km 12.5 comienza la subida al tercer puerto del día. Este también está por encima de los 4600. Llevamos ya más de 10 km por encima de los 4500 metros. La panorámica que tenemos es simplemente magnífica. Las sierras a nuestro alrededor parecen no acabarse nunca. Unos cuantos cientos de metros por debajo nuestro se extiende un océano de nubes infinito. En la lejanía, hacia el Atlántico, donde las crestas ya pierden altura, sólo asoman algunos picos. En la zona más próxima a nosotros las quebradas abruptas y retorcidas todavía están por encima de las nubes.
A partir del km 15 la bajada es finalmente continua y lo mejor de todo es que a este lado del collado hace mucho menos viento, con lo cual podemos avanzar con rapidez. Excepto por algún pequeño repecho bajamos 1300 metros hasta plantarnos en Santa Ana, nuestro destino para hoy. Descontando el par de suaves cuestas, son unos 20 km de bajada. Además el terreno ha mejorado mucho y nuestra velocidad ya sólo queda limitada por nuestro miedo. Las laderas no son verticales, pero sí bastante inclinadas y, sobretodo, larguísimas. Si nos salimos por una de las curvas, vamos a tardar un rato largo en parar. Así que, de vez en cuando, paramos para regocijarnos con las vistas con tranquilidad.
Santa Ana es un pueblito diminuto en medio de nada. Por la calle se ven mujeres llevando el típico poncho de colores vivos de la puna andina. Los rostros oscuros tienen pronunciados surcos resultado de la acción del frío y del sol. Estamos a 3300 metros, más altos que casi en cualquier parte de la Península Ibérica, pero los niños juegan en la calle, incluso cuando ya se ha puesto el sol. Por lo que nos han comentado unos camioneros que nos hemos cruzado en el camino, sabemos que hay una casa que ofrece hospedaje en el pueblo. Preguntando llegamos a casa de Gabriela que nos ofrece alojamiento y cena. Aunque todo es muy sencillo, para nosotros es un paraíso y son muy amables. Incluso encienden el calentador de agua a leña para que podamos ducharnos con agua caliente. La sopa y el guiso andino a base de papa verde, papa andina, arroz y pedacitos de carne nos sientan de maravilla. También nos tomamos un té caliente antes de meternos en la cama. Tanto la puerta como la ventana de la habitación dejan serias ranuras por donde se cuela el frío, pero debajo de dos mantas y una gruesa colcha damos por terminado un paseo inolvidable por encima de las nubes.
Hoy también hace un día radiante. Después del desayuno nos ponemos al sol a limpiar y lubricar las cadenas y los cambios. Mientras tanto, Aldo, Walter y su padre reparan una rueda de su furgoneta en un patio que será el futuro comedor de El Portal de las Yungas, el hospedaje que están construyendo. Cuando acabamos le pedimos a Aldo que nos dibuje un mapa del trayecto que queremos hacer hoy. El plan es llegar a Valle Grande. El problema es que la pista para vehículos se termina a medio camino entre Santa Ana y Valle Grande. A partir de ese punto hay que seguir un sendero. Además, parte del recorrido puede hacerse por el Camino Inca y le pedimos que nos indique cómo tomarlo. El croquis que nos dibuja está lleno de detalles que nos ayudarán a no equivocarnos. Antes de empezar a pedalear nos hacemos unas fotos juntos. Gabriela le presta su poncho y gorro de fiesta a Judit y las dos posan para la cámara durante unos minutos. Finalmente nos ponemos en marcha. Al superar el pequeño collado del Abra del Valle, la vista de las Yungas aparece ante nuestros ojos. Afortunadamente, el mar de nubes que las ocultaba ayer ha desaparecido hoy y podemos ver que los profundos valles que tenemos abajo tienen cubierta de vegetación la mitad baja de sus laderas. Tras un par de curvas, abandonamos la pista para seguir un sendero que conecta con el Camino Inca.
El Camino es un poco tortuoso para pedalear, pues en las zonas más pendientes hay escalones y tenemos que arrastrar las bicis. Aquí nos encontramos con Fabiana y Daiana, dos hermanas de 12 y 8 años que se encaminan hacia el puesto donde están sus vacas. Daiana, la pequeña, es muy curiosa y nos hace preguntas constantemente, además de contarnos cosas de su pueblo, su familia y sus vacas. Las dos se encariñan con Judit y la acompañan mientras su bici rebota en los escalones incas. Cuando el camino es suficientemente bueno para montarse, las dos hermanas corren tras ella montaña abajo. Finalmente llegamos a su puesto y tal como sospechaban, las vacas no están, así que tendrán que buscarlas por los alrededores. Justamente aquí el Camino Inca se reúne con la pista y podemos rodar de nuevo por un terreno más apto para las bicis.
A medida que perdemos altura comienzan a aparecer los primeros arbustos, después los primeros árboles. Poco a poco el paisaje va cambiando y la aridez de la puna andina se va transformando en unos bosques impenetrables que se aferran a las empinadísimas laderas. Al llegar al final de la pista seguimos atentamente el mapa de Aldo para encontrar el principio del sendero que nos llevará a Valle Colorado donde empieza la pista que sigue hacia Valle Grande y el Parque Nacional Calilegua. Hasta ahora ya hemos bajado 700 metros desde el Abra del Valle y todavía hemos de bajar 800 más hasta Valle Colorado. Este es el punto crítico del recorrido, pero con las instrucciones que llevamos no tenemos problemas en reconocerlo. El sendero baja sin descanso siguiendo la intrincada orografía de la zona. En varios tramos tenemos que desmontar, bien por el terreno rocoso o por miedo a caer por el acantilado que tenemos a la izquierda.
A mitad de sendero hay un portón metálico donde aprovechamos para comer. Estamos en zona de transición: miramos atrás para despedirnos de las cimas peladas de la puna; adelante nos esperan los frondosos bosques de las Yungas. El portón seguramente ha sido instalado por algún pastor de Valle Colorado, cansado de tener que subir a buscar sus animales. Efectivamente, al cabo de un par de curvas nos encontramos con un caballo y un burro que suben por el sendero. El camino es demasiado estrecho para cruzarnos y, haciendo alarde de especie dominante, los espantamos hacia abajo. De vez en cuando se paran para mirar si todavía los perseguimos. Cuando nos acercamos lanzan un rebuzno o relincho de desaprobación y vuelven a trotar sendero abajo. Y así, persiguiendo a los equinos seguimos rodando y arrastrando la bici, perdiendo altura por unos parajes en los que da miedo perderse. Tras unos kilómetros, delante nuestro se ve una ladera que se ha desmoronado dejando la tierra colorada a la vista y esto nos da una pista de que estamos llegando nuevamente a la civilización: Valle Colorado. Al cabo de poco, aparece el primer tramo del sendero de más de 2 metros de ancho en los últimos 6 km y los pobres animales huyen hacia el lateral para reanudar su escalada.
Al llegar a los alrededores de Valle Colorado nos encontramos con una anciana que recoge leña y nos confirma el camino. En un par de recodos más, aparece el pueblito de unas 50 viviendas, incrustado en un angosto valle. Cruzando el río comienza de nuevo una pista apta para vehículos de 4 ruedas. Ahora vamos por la ladera Este del valle, donde todavía ilumina el sol. Las paredes rocosas al borde de la pista están cubiertas por unas plantas de hojas brillantes, anchas y alargadas. Los líquenes cuelgan de las ramas de los árboles. Definitivamente estamos en otro ecosistema.
Unos 11 km más abajo entramos en Valle Grande donde buscamos alojamiento. Hacia las 7:30 PM, mientras nos preparamos la cena en nuestra habitación, comienza la misa. Lo sabemos porque cura y monaguillo se repiten mutuamente en alabanzas a la virgen y peticiones de piedad para los pecadores a través de los megáfonos instalados en lo alto del campanario. Parece que en Valle Grande vas a misa sí o sí. La situación encaja más con el estereotipo del almuecín recitando versos del Corán desde lo alto del minarete de una mezquita. De vez en cuando se mezclan algunos gritos de emoción por el partido de la Copa América que empezó ayer. Si el cura los oyera… Pero probablemente está ensordecido con sus propias plegarias. Nos vamos a dormir cuando el habitual concierto nocturno de ladridos ya hace rato que ha comenzado. Hoy por lo menos tiene estrella invitada, un burro que rebuzna al compás. Apagamos la luz recordando cómo ayer pedaleábamos por el cielo y dándonos cuenta que hoy hemos aterrizado en el paraíso.
A las 10 el cura vuelve a la carga con su sistema de megafonía. Hoy domingo para llamar a estudio a los chicos y chicas preparándose para la comunión. Cuando estamos a un par de kilómetros de Valle Grande, la música religiosa para jóvenes todavía se oye.
La pista que nos lleva a San Francisco, aparte de tener infinitas curvas, es un continuo subir y bajar. Las laderas al otro lado del valle se ven demasiado pendientes para construir la carretera allí. Pero las de este lado son exactamente iguales. Y ese es el motivo del atormentado trazado de nuestro camino. La frondosidad del bosque aumenta a medida que avanzamos terreno. Empezamos a ver y oír diferentes cantos de pájaros. Las bandadas de loros escandalosos cruzan las quebradas en cortos vuelos mientras que nosotros tenemos una larga vuelta hasta llegar al fondo, cruzar el arroyo y volver. Los colibríes succionan el néctar de las flores apresuradamente, como si fuera a acabarse. Los árboles están cargados de saprófitas. Sí, estamos en las Yungas, en la selva, la puna ha quedado definitivamente atrás. O mejor dicho, arriba. Aquí se puede aguantar la respiración para dar un trago largo. Casi se diría que hay un exceso de oxígeno.
Aunque estamos a sólo 1500 metros sobre el nivel del mar, el frente polar mantiene las temperaturas ligeramente por encima de 0 grados. Sólo a mediodía, cuando las nubes se retiran y el viento no sopla, el sol caliente agradablemente. Durante el recorrido hemos de intercambiar guantes largos y cortos dependiendo de si bajamos o subimos.
Cuando llegamos a San Francisco cambiamos los planes y en lugar de encarar el último collado para acceder al Parque Nacional Calilegua, decidimos dejarlo para mañana. Después de una odisea para encontrar un hospedaje decente a precio razonable en San Francisco, acabamos en el hostel Los Ocultos, que aunque está en obras, es la mejor opción. Antes de que se ponga el sol nos vamos a cenar a La Tía Carola. Lucy y Fredy nos preparan unos platos de pasta casera estupendos precedidos de berenjenas en escabecha y pimientos morrones. Ellos también cenan con nosotros y la sobremesa se alarga hasta la 10. De camino de regreso al hostel, los perros nos ladran desde la oscuridad. El truco de coger una piedra los calla, pero sólo temporalmente. Finalmente llegamos a la habitación helada del hostel y nos metemos rápidamente bajo las 3 mantas de la cama. Mañana sí entramos en el parque.
Hoy nos despertamos a ritmo de chacarera, una de las tonadas folclóricas tradicionales del Noroeste de Argentina. El Negrito Palma nos cuenta sus desventuras amorosas acompañado de la guitarra andina y un violín. Y es que las obras del hostel se reanudan a las 8 y Roberto no sabe que estamos en el piso de arriba durmiendo. De todas maneras, el despertador de nuestro GPS acababa de sonar. Mientras desayunamos y preparamos las alforjas, Roberto da la vuelta a la cinta de cassette varias veces. Ya nos las sabemos de memoria.
Cuando salimos de San Francisco el cielo todavía está cubierto de nubes y así seguirá durante casi todo el día. La subida al Abra de Cañas, límite del Parque Nacional Calilegua, es suave, pero nos cuesta más de lo que esperábamos. En parte por el frío (no creemos que estemos a más de 10 grados), pero quizás también por falta de vitaminas por la reducida variedad en nuestra dieta. El paisaje que vamos recorriendo va transicionando a bosque húmedo. Aparecen los helechos y los musgos y la humedad del ambiente va en aumento. Desde el collado se ven infinidad de valles profundos con laderas totalmente cubiertas por la vegetación, por muy pendientes que sean.
Al entrar en el parque comienza la bajada que nos llevará hasta el camping de la entrada Este. Al poco de bajar paramos para abrigarnos pues la velocidad nos aumenta la sensación de frío. A medida que vamos bajando la decepción va en aumento. Esperábamos ver más fauna, por lo menos aves y sólo hemos visto unas pocas y de un par de especies. Por el camino nos cruzamos con el guardaparques de la Mesada de las Colmenas (que nos hemos encontrado cerrada). Él nos da folletos de los senderos, una guía de reconocimiento de huellas de mamíferos y un catálogo de árboles del parque. También nos reconoce que es difícil avistar fauna en Calilegua. Según él, en el Parque Nacional El Rey, un ecosistema parecido a Calilegua, es más fácil ver animales.
Seguimos bajando y al llegar a la guardería de la entrada, el otro guardaparques nos confirma lo mismo además de constatar que hace más frío que normalmente. Decidimos acampar por una noche y dar un paseo por los senderos señalizados. Mientras merendamos después de montar la tienda, un grupo de urracas se acercan a ver que pueden pillar. Realmente están acostumbradas a alimentarse de los turistas porque se posan en ramas a menos de 2 metros de nosotros. Mientras nos preparamos una infusión y nos comemos unas galletas, ellas nos observan sin perder detalle. En cierto momento sujeto una galleta con los labios mientras tengo las manos ocupadas y una de ellas pasa volando para atraparla, tan cerca que noto cómo la punta de su ala me roza la mejilla.
El recorrido por los dos senderos es tan estéril como la bajada por la pista. Sólo vemos un par de pajarillos, una araña curiosa y una rana. La luz queda atenuada bajo la frondosidad de la selva, así que nos volvemos para el camping. Teníamos pensado dar otro paseo por la mañana pero parece poco probable que veamos algo más, así que directamente saldremos pedaleando, en dirección a San Salvador de Jujuy. Por la menos uno de los senderos nos introduce a la cultura Guaraní, residentes originarios de las yungas, que ahora intentan recuperar su identidad. Una de los guardaparques es descendiente de Guaranís, y sus rasgos faciales son totalmente diferentes de los pobladores de la puna.
Sólo salir de la tienda, dentro del mismo camping, vemos unas pocas especies diferentes de aves. Además de las urracas ladronas de comida que ya nos visitaron ayer, unos brasita de fuegos (una especie de pajarito punky con cresta negra y roja) y unos cerqueditos (con un antifaz de rayas negras sobre la cara blanca) andan picoteando el suelo. También aparecen los zorzales, aunque éstos ya son más comunes y los hemos visto por otras zonas. Satisfechos con estos avistamientos recogemos el campamento y nos vamos. De camino paramos en la oficina del guardaparques a pedir agua potable y nos quedamos charlando con ellos un rato. Ellos también reconocen que el paso de la carretera que va a Valle Grande y la cercanía de las poblaciones hacen que la fauna, sobre todo los mamíferos, busquen zonas del parque más tranquilas. En la pista desde el parque hasta la carretera asfaltada que va hacia San Salvador de Jujuy tenemos la fortuna de ver a un tucán y ya nos vamos la mar de contentos.
Una vez llegados al asfalto, el panorama es desolador. El humo de las chimeneas de la planta procesadora de azúcar de Ledesma (o ingenio como le llaman los argentinos), el tráfico de coches y camiones y los campos interminables de caña de azúcar, después de la semana que nos hemos pasado aislados de la civilización moderna nos quita las ganas de pedalear. A un par de km tenemos la terminal de buses de Libertador General San Martín y nos convencemos rápidamente de llegar hoy a Jujuy en bus. Hoy es día de recompensa, así que nos hospedamos en la confortable y elegante Posada del Arribo y cenamos en el sabroso Restaurante Maragaza.
Durante los últimos días hemos pasado de la aridez de la puna a 4500 m a la frondosidad de la selva de las Yungas a 500 m, pasando por parte del Camino Inca y pueblitos de 200 habitantes; hemos charlado con aldeanos y niñitas ajenos al mundo fuera de su valle (incluso ajenos a Facebook!); hemos visto desde vizcachas y vicuñas a tucanes; hemos tenido primero un océano de nubes bajo nuestros pies para verlo después sobre nuestras cabezas; aquí cerramos una semana dura física y mentalmente pero que repetiríamos sin dudarlo. Bueno, quizás esperaríamos a que pasara la ola de frío polar…