Álbum de fotos:
• P. N. Amboró
Alojamiento y comida:
• Hotel Brisas de Comarapa Tel: 946-2123 (Comarapa)
• Hotel La Posada del Sol (Samaipata)
• Hotel Bibosi (Santa Cruz)
• Restaurant Espacio Gourmet Inés España Tel: 357-4888 (Santa Cruz)
Descargar fichero del P. N. Amboró:
• Ruta GPS y waypoints
En este recorrido nos desplazamos desde Epizana hasta Santa Cruz por la antigua carretera que une Santa Cruz con Cochabamba. Esta carretera bordea el Parque Nacional Amboró por su parte andina. Desde Santa Cruz se puede acceder a su parte amazónica. En esta etapa, a pesar de ver la transición de ecosistemas desde 3000 a 500 metros, el recorrido resulta no tener gran interés y además la carretera está en bastante mal estado. Por lo menos abandonamos ya la parte montañosa y fría de Bolivia y nos desplazamos a las tórridas llanuras amazónicas.
7 de Agosto de 2011: De Epizana a Churo (Perfil)
8 de Agosto de 2011: De Churo a Comarapa (Perfil)
9 de Agosto de 2011: De Comarapa a Mairana (Perfil)
10 de Agosto de 2011: De Mairana a Samaipata (vía El Bosque de Helechos Gigantes) (Perfil)
11 de Agosto de 2011: De Samaipata a Torno (Perfil)
12 de Agosto de 2011: De Torno a Santa Cruz
13 de Agosto de 2011: Santa Cruz de la Sierra
Nuestro objetivo para hoy es llegar a Pojo, la siguiente de las poblaciones “grandes” en la ruta hacia Santa Cruz. Según nuestro mapa, son unos 70 km de asfalto, pero pronto descubriremos que este mapa no es nada fiable. Para empezar, el asfalto es bueno durante los primeros 10 km, lo cual nos permite llegar al primer collado del día con facilidad. A partir de aquí, empieza a haber parches de tierra en medio de la carretera. Al poco, la carretera es mayoritariamente de tierra con parches de asfalto. Aquí vamos de lado a lado intentando encadenar tanto asfalto como podemos. Si ello lo requiere, podemos circular por el carril izquierdo sin problemas, pues hay muy poco tráfico. Al cabo de pocos kilómetros los parches de asfalto ha desaparecido y sólo quedan la tierra y las piedras. Al otro lado del paso, una masa gigante de nubes blancas, empujadas por el viento del Nordeste, supera la cordillera que queda a nuestra izquierda y se avalancha ladera abajo a toda velocidad, como devorando todo lo que se interpone a su paso. Hacia media falda, el frente nuboso pierde fuerza y acaba simplemente desvaneciéndose.
La bajada del collado nos lleva a cruzar un río después de perder 600 m de desnivel, desde 3200 a 2600 m. Como ya os podéis imaginar, una vez cruzado el río, hay que subir hasta un nuevo paso, aunque un poco más bajo, a 3066 m. El terreno es bastante malo debido principalmente a las piedras. El viento, que ha ido incrementando su fuerza, nos ha venido ayudando, pero en la parte alta de este paso, se vuelve caprichoso y sopla desde todas las direcciones. Crea remolinos delante nuestro que bailan de un lado a otro de la pista. Levanta olas de arenilla con la que nos acribilla la cara y nos deja rebozados como una milanesa. Antes de coronar el puerto paramos a reponer energía en forma de bocata de sardinas picantes con aderezo de arenisca boliviana. Al otro lado de la cadena montañosa el viento es todavía más intenso y las ráfagas más violentas. Dependiendo de la orientación de la pista, tenemos que pedalear para poder seguir bajando. En varias ocasiones tenemos que poner pie a tierra para evitar que las ráfagas laterales nos tumben.
Sobre el km 40, tenemos la moral por los suelos. El viento tiene ese efecto, te agota, no sólo físicamente, sino también psicológicamente. En parte es por el obligado continuo cambio de marchas para adecuar tu esfuerzo de pedaleo a su intensidad, pero también por el constante ulular en los oídos que te vuelve medio loco. Poco antes de la segunda cumbre de la jornada, un camión volquete para detrás nuestro a recoger un hombre que estaba tumbado en la cuneta esperando que pasara alguna movilidad. Es nuestra oportunidad de acabar con este sufrimiento. Sabemos que en algún momento hemos de volver a bajar, pero no sabemos exactamente cuándo y después nos queda otra subida hasta Pojo. El conductor nos dice que va a Pojo, así que parece que el destino nos envía una señal. Además a su pregunta de “¿Por qué andan en bicicleta por aquí?” no tenemos una respuesta. Entre él y el hombre que acaba de recoger, subimos las bicis y las alforjas al volquete. Hacemos un intento de atar las bicis a las paredes del volquete para que las ruedas amortigüen los baches del camino, pero tardamos 10 segundos en convencernos de que es inútil. Sólo arrancar, el camión da un par de saltos que levantan las ruedas de las bicis unos 10 cm de la plataforma metálica. Así que las dejamos acostadas en el suelo rezando para que no se rompa nada y nos aferramos a la chapa cerca de la cabina para evitar la polvareda que vamos levantando. El portón de atrás repiquetea con unos trompazos ensordecedores que enmascaran los golpes de las bicis rebotando contra el suelo. Ponemos las dos mochilas entre el suelo y los cuadros para amortiguarlos, pero probablemente en 5 minutos estarán en la otra esquina del volquete. En unos pocos km iniciamos la bajada y nos maldecimos por no haber seguido pedaleando. Vamos a 30 o 40 km/h por una pista en mal estado, al lado de un precipicio, sin valla protectora y rebotando en el volquete. La verdad es que la bajada no es nada divertida; más bien un sufrir por no despeñarnos en alguna curva. Por lo menos nuestro carril va en el lado de montaña y no en el del valle, aunque nuestro conductor no tiene problemas en acercarse al precipicio si considera que allí hay mejor terreno. Creemos que se está entrenando para el próximo Dakar en la categoría de camiones. El otro pasajero del volquete de vez en cuando mira nerviosamente cómo los cuernos de las bicis se acercan un poco más a cada rebote de la plataforma. Bajamos así casi 1000 m hasta llegar al segundo río de la jornada. Ahora empieza la subida final hacia Pojo, pero justo antes de cruzarlo nos detenemos. Suponemos que alguien de la cabina se baja aquí, pero nuestra sorpresa es que éste es el fin de trayecto. Total que hemos subido al camión para hacer una bajada temeraria… Le preguntamos si no continúa hacia Pojo y la respuesta es: “No, pero Pojo está aquisita mismo”. A su velocidad seguro, pero a la nuestra y en subida no tan aquisita. En fin, montamos las bolsas en las bicis y nos ponemos en marcha hacia la siguiente sorpresa.
No han pasado más de 4 km de subida cuando llegamos a San Miguel, donde encontramos un cartel que dice: Pojo a la derecha, Santa Cruz a la izquierda. ¿Qué, cómo? Según nuestro mapa, Pojo está en la carretera principal, pero al acercarnos a la cuneta de la pista, vemos que está allá abajo, en el fondo del valle y fuera de la carretera principal. Ni de broma vamos a bajar hasta allí para mañana tener que remontarlo. Intentamos encontrar hospedaje en San Miguel, pero estamos hablando de un pueblito de 20 casas. Además, todos están en la fiesta de Villa Esperanza, un par de km atrás. Una señora que espera una flota (autobús) hacia Cochabamba, nos sugiere que tomemos un taxi hasta Churo, el siguiente pueblo en nuestra dirección con alojamientos. La idea nos parece estupenda, pues ya no estamos para pedalear más.
Ante los ojos de incredulidad del taxista, metemos las dos bicis y las bolsas en su taxi tipo “vagoneta” (del inglés wagon), uno de esos coches con portón trasero. Nos sentamos los dos en el asiento del copiloto y nos vamos de camino hacia Churo. Menos mal que ni lo hemos intentado en bici. Churo está en lo alto del siguiente collado, 24 km más adelante y ¡900 m más arriba! Allí, a 3000 m y con un frío que pela, la señora Eugenia, muy amablemente, nos presta la casita que le alquila al médico cuando viene los domingos a visitar. Hoy el doctor ya se ha marchado, así que la podemos ocupar sin problemas. Al correr la cortina que separa la “sala de espera” de la “consulta”, descubrimos un camastro con una botella de suero colgando del techo, un par de jeringuillas usadas en el suelo y otro puñado sobre una mesita. Parece más el tugurio de reunión de una panda de yonkis que una consulta médica, pero hoy nos resuelve el problema de dónde pasar la noche. Montamos la tienda que, como muchas otras veces, nos aísla del entorno. Encargamos dos pique a lo macho (plato típico boliviano consistente en papas fritas, salchicha, carne adobada, pimiento, cebolla y locoto), en el “restaurante” del pueblo y nos lo zampamos en la tienda. Así concluye una jornada llena de sorpresas negativas, un descenso escalofriante en camión y con un par de kilos de arena pegados a la cara, mezclados con el sudor y la crema solar. Además, el paisaje no ha valido demasiado la pena.
Antes de que se ponga el sol, un nuevo ejército de nubes intenta conquistar la ladera por donde nos ha subido el taxi, pero otra vez pierde fuerza a medio camino y se disuelve en el aire.
Estamos ligeramente por encima de los 3000 m. y Comarapa, nuestro destino para hoy está sobre los 1800. Por lo que hemos podido ver en la hoja 1:50.000 que tenemos del IGM, no hay grandes collados, pero parte del camino queda fuera de la hoja y no tenemos la adyacente. O sea, en teoría, hoy tenemos un día básicamente de bajada, pero dada la poca fiabilidad de cualquiera de los mapas que tenemos, ya no nos fiamos de nada y nos esperamos cualquier cosa.
Empezamos a pedalear sobre las 9:30, con una temperatura bastante más baja que cualquiera de los días anteriores. Por eso no nos sorprende el nombre de la primera aldea que pasamos: La Siberia. Hoy volvemos a ver el banco de nubes superando la cresta y bajando por la ladera. Sólo que esta vez desde dentro. La humedad y el frío nos hacen parar para ponernos el gore-tex. La niebla espesa nos obliga a reducir la velocidad para poder ver las piedras. Judit va delante, pero sólo veo su silueta, y eso cuando puedo apartar la vista de delante de mi rueda delantera para evitar comerme alguna piedra. En algún momento la pierdo de vista, pero sigo bajando, asumiendo que continúa delante de mí. Aumento un poco la velocidad, a riesgo de dar un llantazo contra alguna roca, para ver si le doy alcance. Al cabo de unos minutos sigo sin verla y ya no sé si en algún momento se ha parado al margen y la he pasado sin darme cuenta. Ya no sé qué hacer y me paro en una curva para ver si resulta que va detrás y me atrapa. Ella, que todavía va delante, también está preocupada por mí, pues hace rato que no me ve. Pasados unos minutos, reanudo la bajada totalmente confundido y a los pocos metros la veo que viene subiendo a mi encuentro. ¡Qué experiencia más desagradable! A partir de aquí seguimos bajando pegados uno detrás del otro. Cuando salimos del banco de niebla, nos paramos a comer. Las nubes pasan a toda velocidad por encima, desapareciendo un poco más allá. Ahora ya podemos apreciar el entorno, mucho más verde que ayer. Los árboles están repletos de líquenes y se ven diferentes tipos de flores al borde de la carretera.
Los últimos 10 km hasta Comarapa son una de esas bajadas que no se disfruta. Tenemos que ir pendientes del terreno, casi sin poder levantar la vista del suelo por las piedras. Los dedos se nos entumecen por la constante presión en los frenos, para reducir la fuerza de la gravedad y la del impetuoso viento que nos empuja pendiente abajo. Menos mal que es bajada porque si fuera subida hubiera sido una pesadilla. Llegar a Comarapa significa redescubrir el asfalto y aliviar nuestros castigados traseros. Aquí, encontramos el Hotel Brisas de Comarapa, una grata y confortable sorpresa. Suponemos que lo de brisas es una coña. Salimos limpitos a dar una vuelta, pero a los 5 minutos ya estamos rebozados otra vez de polvo. Se supone que a partir de aquí, la carretera vuelve a estar pavimentada, pero no nos hacemos ilusiones hasta que lo verificamos (positivamente) con un par de lugareños.
Mairana es la siguiente población de cierta envergadura en nuestro camino hacia el Parque Nacional Amboró y Santa Cruz. Se encuentra 500 m más abajo que Comarapa y sólo tenemos un puerto de 400 m de desnivel. El reto de hoy son los 104 km de distancia.
El cielo cubierto suaviza el calor que de otra manera se hubiera hecho insoportable a mediodía. Se nota que vamos moviéndonos a cotas más bajas. El ambiente se hace más tropical y hay montones de loros, pequeñas aves y mariposas. Sin embargo, la vegetación alterna árboles y arbustos dispersos con varias especies de cactus. Hoy sopla un suave viento de frente y nos apresuramos a avanzar terreno, pues sabemos que a medida que pasa el día, su intensidad va en aumento. Llevamos un buen ritmo y como el paisaje no tiene mucho interés, paramos poco, lo justo para reponer fuerzas e hidratarnos. En 5 horas y 20 minutos de pedal (6 y media en total) llegamos a Mairana. Nos instalamos en un alojamiento a pie de carretera y salimos a cenar para celebrar nuestro kilómetro 5000 y los 70 km de desnivel acumulado que llevamos desde que empezamos nuestro viaje por Sudamérica.
Hoy queremos visitar la parte andina del Parque Nacional Amboró. Desde Mairana sale una pista que sube hasta la comunidad de La Yunga y desde allí sigue subiendo hasta una sección llamada Los Helechos. En este área de bosque húmedo pueden verse helechos gigantes, además de alguna fauna de altura. Esta zona está casi 1000 metros más arriba que Mairana y tras la paliza de ayer, no tenemos ganas de subir pedaleando, así que lo hacemos en taxi. Metemos las bicis en el maletero de la “vagoneta”, me acurruco sobre el respaldo abatido del asiento trasero, mientras Judit comparte el asiento del copiloto con el hijo del taxista y nos vamos para arriba. La decisión ha sido acertada, pues las pendientes oscilan entre el 8 y 11 % y el terreno está en bastantes malas condiciones.
Al llegar a la zona de parking de Los Helechos, montamos las bicis y nos adentramos pedaleando por el sendero, buscando el área de camping que nos han dicho existe. El caminito cada vez se estrecha más y se vuelve más complicado para ir en bici. Al cabo de 1 km, abandonamos las bicis y seguimos a pie. No tardamos en darnos cuenta que la zona de acampada sólo puede estar en el parking y que la única posibilidad de plantar la tienda en otro lugar va a ser en la plataforma del mirador. Nos acercamos e incluso aquí no va a ser posible, pues es demasiado pequeña y está en pésimo estado (al subir se rompe uno de los peldaños). La zona de los helechos gigantes es sombría y húmeda. El tronco de los más altos mide unos 3 metros de altura y el paraguas de hojas verdes crea un bonito contraste con el cielo azul. Después de pasear por las pasarelas del bosque de helechos salimos del parque. De regreso hacia La Yunga encontramos en el camino una pequeña serpiente de un color verde brillante. Está inmóvil, justo sobre una de las roderas de la pista y la apartamos para que no la pisen los coches. La empujamos con un palo hacia la maleza, pero sigue paralizada. O bien ya está muerta o se hace la muerta. Más adelante oímos un extraño canto de un ave que resulta ser una variedad de tucán, pero con el pico de menores proporciones que los típicos.
De regreso en La Yunga, tomamos la pista que nos llevará hasta Samaipata sin tener que volver a Mairana, esperando ver algo más de fauna, pero aparte de algún burro y un cazador con escopeta “por si se le aparece el tigre”, no vemos ningún bicho raro. La parte más calurosa del día nos pilla en la cuesta que hay que remontar para llegar a Samaipata. A pesar de ser sólo 400 m, se nos hace larga. Al final de la bajada, ya cerca del pueblo, pasamos al lado de unas mansiones, con torreón y todo, que parecen fuera de lugar. Y es que Samaipata es el lugar de escapada de los cruceños que huyen del calor de Santa Cruz, 1000 metros más abajo y la gente adinerada se construye segundas residencias aquí. Nos alojamos en La Posada del Sol, un lugar muy acogedor, con un jardín encantador y unos batidos riquísimos.
Después de un desayuno copioso en la terraza del jardín del hotel nos ponemos en marcha, más tarde que de costumbre. El calor ya aprieta, pero la mayor parte del trayecto de hoy es bajada y la brisa producida por la velocidad ayuda a hacerlo llevadero. A la salida de Samaipata paramos en la oficina del parque para pedir información sobre una ruta que cruza su parte amazónica. El camino existe, pero hay que vadear el río Surutú 5 o 6 veces y según el guardaparques, el nivel del agua puede llegar hasta la cintura. El objetivo era visitar la zona de Villa Amboró, donde se encuentra una de las excursión más populares del parque, pero dada las complicaciones para llegar y pensando que probablemente la fauna en esa zona tan transitada sea escasa, decidimos no ir. Vamos de camino del Parque Nacional Madidi, o sea que probablemente no nos perdemos gran cosa pasando de largo la zona baja del Amboró.
De camino hacia Santa Cruz paramos en las cascadas de La Cueva. En un corto recorrido de 1 km se encadenan 3 cataratas de agua cristalina y no demasiado fría. Es mediodía y aprovechamos para darnos una ducha bajo la tercera y secarnos al sol en la playa de arena rosada. El viento ya empieza a soplar con fuerza y crea nubes de agua pulverizada que nos refrescan la piel.
La carretera sigue el curso del río Pirai, que de vez en cuando se encañona y nos obliga a subir. A pesar de la sudada que esto provoca, las vistas desde arriba son más espectaculares. Entre medias de la vegetación destacan diferentes especies de árboles en flor: amarillas, anaranjadas, malva… Es en esta zona donde podemos observar que la especie de loros que venimos viendo durante los últimos días se alimentan (por lo menos en parte) de las flores anaranjadas de unos de los árboles.
Hoy queríamos quedarnos en Bermejo para mañana hacer una excursión a un cráter cercano, pero al llegar a Bermejo casi nos lo pasamos de largo sin darnos cuenta. Es un pueblito de tan sólo un puñado de casas y sin señalización del camino hacia el cráter. Seguimos un poco más adelante buscando un cartel indicador pero no encontramos nada. Al cabo de unos kilómetros preguntamos en un puesto de fruta a pie de carretera y nos dicen que ya nos lo hemos pasado. Nos da demasiada pereza volver atrás y tener que remontar hasta Bermejo, así que seguimos carretera abajo esperando encontrar alojamiento en Angostura. Pero en Angostura descubrimos que, a pesar de que nos habían dicho que sí encontraríamos, no hay nada para dormir. Ya llevamos 63 km y pronto empezará a oscurecer, así que la solución que tomamos es subir las bicis a la parrilla del techo de una micro y que nos lleve a Torno, donde “seguro” que hay alojamiento. Después de probar algunos hospedajes acabamos en un “hotel de 3 estrellas”, con toda seguridad medido con el baremo boliviano. El televisor de 14 pulgadas, en un soporte a 2 metros del suelo hubiera quedado un poco lejos si hubiéramos tenido la más mínima intención de ver la tele. Lo único que nos interesa es la ducha y la cama. Mucho mejor han sido la ducha en la cascada de La Cueva y la siesta en la playa, pero para pasar la noche tenemos suficiente.
Para evitar el estrés de la entrada a la gran ciudad, cogemos un taxi tipo vagoneta, metemos las bicis en el maletero, nos apretamos los 2 en el asiento del copiloto y nos vamos hacia Santa Cruz. Allí nos alojamos en un hotel y nos tomamos el día de relax.
Hoy visitamos el Biocentro Güembé. Los puntos de mayor interés son el mariposario y el aviario. En el mariposario hay una gran variedad de especies, incluyendo la familia de las Morpho con sus increíbles alas azul eléctrico. En el aviario hay guacamayos y loros de distintas especies, un par de tucanes, urracas y, aunque fuera de contexto, pavos reales. Como siempre, aparece esa dualidad de tener animales en cautividad: puedes verlos de cerca, pero da pena verlos encerrados. De todas maneras tanto el aviario como el mariposario son muy amplios. Desgraciadamente, las orquídeas florecen en primavera, así que no vemos ni una.
El recinto incluye unas piscinas encadenadas por cascadas donde la gente de clase alta se refresca o toma el sol. El centro también tiene un pequeño museo donde se expone una interesante colección de fotografías y textos que recorren la historia de la pintura rupestre por todo el mundo. Las estatuas dispersas por los jardines merecen atención por su originalidad. Nos llama la atención la de un insecto gigante confeccionada a base de piezas de bicicleta.
Por la noche cogemos un bus que nos llevará hasta Trinidad, en el departamento de Beni.