Álbum de fotos:
• Valles Calchaquíes
Alojamiento y comida:
• El Quincho de Kelo (Famaillá)
• Hostel La Cumbre (Tafí)
• Restaurante Macacha (Cafayate)
• Restaurante Inti Raymi (Seclantás)
• Restaurante Ashpamanta (Cachi)
• Hostal del Inkañan (Cachi)
Descargar ficheros de los Valles Calchaquíes:
• Ruta GPS y waypoints
En esta etapa recorremos una zona de la provincia de Tucumán conocida como los Valles Calchaquíes. La ruta parte de la ciudad de Tucumán y asciende por las Yungas hasta Tafí del Valle. La zona de Tafí y El Mollar es rica en restos arqueológicos y destacan los menhires de las culturas preincaicas. Desde aquí se pasa el puerto del Infiernillo para bajar hasta Amaicha del Valle. Desde Amaicha cogemos un autobús para regresar a Tucumán a recoger el cargador de baterías que ya ha pasado los controles de aduanas. De regreso a Amaicha proseguimos nuestro recorrido en bicicleta uniéndonos a la Ruta 40. Las ruinas de Quilmes son una parada obligatoria para conocer las culturas de los valles calchaquíes. Más adelante pasamos por Cafayate, segundo centro vitivinícola de Argentina. Aquí nos tomamos un día para recorrer la Quebrada de las Conchas en un viaje de ida y vuelta. Algunos de los rincones de la quebrada muestran una variedad de colores increíble, como nunca habíamos visto. De vuelta en la RN40, a los pocos kilómetros de Cafayate se acaba el asfalto y empieza el ripio, reflejo del aislamiento de las poblaciones siguientes. La Ruta 40 atraviesa aquí la Quebrada de las Flechas, una zona de estratos replegados casi verticalmente y erosionados por los agentes atmosféricos que han dado lugar a “puntas de flecha”. Siguiendo por la Ruta 40 nos adentramos en una zona de pueblitos pequeños famosos por las artesanías. En particular por los tejidos como ponchos, mantas y bufandas en lana de oveja y llama. Hacia el final del valle llegamos a Cachi, donde abandonamos la 40, para remontar el puerto de la Piedra de Molino y bajar por la interminable Cuesta del Obispo hasta Salta.
4 de Junio de 2011: De Tucumán a Famaillá (Perfil)
5 de Junio de 2011: De Famaillá a El Mollar (Perfil)
6 de Junio de 2011: De El Mollar a Tafí del Valle (Perfil)
7 de Junio de 2011: De Tafí del Valle a Amaicha del Valle (Perfil)
8 de Junio de 2011: Visita al Museo Pachamama y vuelta a Tucumán
9 de Junio de 2011: Recogida del cargador y vuelta a Amaicha
10 de Junio de 2011: De Amaicha a Cafayate (Perfil)
11 de Junio de 2011: Quebrada de las Conchas (ida y vuelta)
12 de Junio de 2011: De Cafayate al río Calchaquí (Perfil)
13 de Junio de 2011: Del río Calchaquí a Los Molinos (Perfil)
14 de Junio de 2011: De Los Molinos a Cachi (Perfil)
15 de Junio de 2011: De Cachi a la RP33 (Perfil)
16 de Junio de 2011: De la RP33 a Salta (Perfil)
Ayer tuvimos un nuevo encuentro con la burocracia del Correo Argentino. Nuestro cargador de baterías ha llegado a Argentina, pero está en aduanas. En la central de Tucumán, sólo se pueden recoger envíos los martes y jueves por la mañana. Una vez recibido el aviso de que el paquete ha llegado, uno ha de solicitar día y hora para recogerlo. La oficina de aduanas te cobra un impuesto diario por cada día que te retrasas en recogerlo. Y para acabar de aderezarlo, en el momento de ir a recogerlo, debes pagar una tasa de importación del 50% del valor del producto recibido. En fin, una mezcla de desesperación e impotencia que nos vemos obligados a aceptar para poder seguir cargando las baterías. Dentro de la frustración tenemos la suerte de conocer a Sandra en la oficina de atención al cliente que nos hace de intermediaria y nos facilita los trámites considerablemente. Ella es la que nos informa de que el cargador puede que no llegue a Tucumán para el próximo martes. Ante la perspectiva de tener que quedarnos en Tucumán 5 o 6 días más, decidimos salir hacia Tafí y regresar en bus cuando sepamos seguro que el cargador ha llegado.
La salida de Tucumán es terrible. Además del día gris y el tráfico horrible, la carretera atraviesa una sucesión de poblaciones sin interés turístico. El resto del camino pasa por plantaciones interminables de caña de azúcar, una de las fuentes de ingreso principales de la región. Al cabo de unos 40 km, llegamos a Famaillá, una ciudad pequeña que no está mencionada en la guía de viajes, pero que debería, en primer lugar porque es la capital Argentina de la empanada, pero también por otras razones. Al pie de carretera están construyendo una réplica del Cabildo de Buenos Aires, para rendir homenaje a la independencia de los países sudamericanos.
La llovizna que lleva rato cayendo parece que se intensifica y nos sirve de excusa para terminar nuestra jornada por hoy. Nos instalamos en el Hotel Famaillá y una vez duchados y liberados de la desgana del trayecto, salimos a recorrer la población sin demasiadas expectativas. Andamos buscando el paseo de las esculturas y preguntando a los lugareños acabamos presenciando la ascensión de la supervirgen. Justo al pie de la carretera está el Paseo de la Veneración. En él se encuentran una serie de estatuas en honor a diferentes santos, dispuestas en línea a lo largo de una pared adornado con murales. También hay una representación de Jesús y los 12 Apóstoles de gran tamaño. Pero es al final del paseo donde encontramos una estatua de la Virgen del Carmen de unos 8 metros de alta sobre una montaña artificial desde donde brota una cascada. El espectáculo audiovisual es digno de Las Vegas. La Virgen “asciende” desde el interior de la montaña mientras el Ave María de Schubert y otras piezas religiosas dedicadas a la Virgen suenan por los altavoces. Cuando llega a su posición más elevada, rota sobre sí misma para deleitar a todos los espectadores que se han congregado aquí traídos por tour operadores.
La lluvia fina sigue cayendo cuando la supervirgen comienza a descender, momento en el que nos encaminamos hacia la plaza para cenar y retirarnos al hotel.
Antes de salir de Famaillá pasamos por el Paseo de las Esculturas (finalmente lo encontramos). Se trata de una avenida donde se exponen obras de artistas de todas partes del país e internacionales, realizadas en madera, metal o piedra. Muchas de ellas están inspiradas en motivos de las culturas indígenas de la zona, pero otras son más abstractas. Para el tamaño del pueblo, hemos quedado gratamente impresionados por las demostraciones culturales que tiene.
A medida que nos desviamos de las carreteras principales, el tráfico disminuye. La ruta que sube hasta Tafí del Valle atraviesa una zona de bosque húmedo conocido en el Norte como Yungas. El recorrido asciende desde los 400 a los 1900 metros, cruzando la selva desde sus estratos más bajos hasta los más altos, finalmente dando paso a los pastizales de altura. A parte de las escarpadas laderas, la vegetación en las yungas es impenetrable. La carretera asciende sin tregua serpenteando continuamente para negociar la geografía de la zona. Desafortunadamente, un espeso banco de niebla nos acompaña durante la subida, ocultándonos las vistas del profundo valle que seguimos. A lo largo del camino encontramos una serie de señales de carácter pesimista señalando no sabemos exactamente qué. Nombres como La Heladera, Cresta del Diablo y Fin del Mundo, no ayudan a progresar. Entre la niebla densa, los autobuses de dos plantas que suben y bajan, y lo cansados que vamos, en un par de ocasiones nos planteamos terminar la jornada. El problema es que no hay sitio para acampar, a no ser que sea en una curva o en algún espacio al margen de la carretera. Seguimos subiendo y llegamos a la estatua del Indio, erigida en honor a los indígenas de los valles calchaquíes.
Hacia el final de la subida, la niebla empieza a ser menos densa. Cuando llegamos a las últimas curvas por fin vemos el sol, ausente desde hace unos días. Esto nos anima a seguir hasta El Mollar, primera población del valle, casi a 2000 metros. Justo antes de que el asfalto vuelva a la horizontalidad, paramos en un chiringuito de carretera a comprar queso de cabra y unos dulces de nuez con dulce de leche. Una vez instalados en un hospedaje de El Mollar devoramos todo lo comestible que llevamos a cuestas. Ya es demasiado tarde para visitar el campo de menhires, así que lo dejamos para mañana.
Después de la paliza de ayer, no nos vemos con ánimos de enfrentarnos a la cuesta del Infiernillo, otros 1000 metros de desnivel. Así que hoy nos lo tomamos con calma y sólo pedalearemos hasta Tafí del Valle, a unos 15 km de El Mollar. Antes de salir del pueblo visitamos el modesto museo arqueológico. De hecho, sólo muestra los menhires, algunos de ellos grabados con formas geométricas o caras humanas, que dejaron las culturas preincaicas distribuidas a lo largo el valle. Algunos de estos diseños se han tomado para muchas de las artesanías que se encuentran en la zona.
En lugar de circular por la carretera, tomamos una pista de tierra al otro lado del embalse que va entre casas dispersas. Una vez llegados a Tafí nos dedicamos a pasear por el pueblo. Este es lugar de veraneo de la población de Tucumán, que escapan del calor de la capital en verano. A nuestro parecer, Tafí tiene más fama de la que merece. Quizás en verano, cuando los pastos están verdes, los paisajes son más bonitos, pero ahora mismo no tienen mucho encanto. Una de nuestras tareas es informarnos de los horarios de los colectivos que van a Tucumán para recoger el cargador de baterías. Por la tarde nos instalamos en el patio interior del hostal y nos dedicamos al mantenimiento de las bicis. Entre unas cosas y otras se nos hace la hora de cenar. Hoy vamos a disfrutar de la que será la última parrillada de cordero.
La jornada de hoy incluye subir el Puerto del Infiernillo y bajar hasta la población de Amaicha. Por suerte, la subida está asfaltada casi por completo. La pendiente es razonable (50 metros por kilómetro), pero son 20 km de subida sin tregua. A medida que subimos tenemos una mejor panorámica del valle, pero nuestra impresión de la zona no mejora.
Por fin llegamos al collado y comenzamos el descenso, que a excepción de un repecho de subida, baja los 1000 metros que acabamos de subir. En este lado, el asfalto está en bastante mal estado y no podemos aprovechar la gravedad como nos gustaría. El paisaje mejora considerablemente. Los cardones, mucho más numerosos, salpican las laderas de las montañas. Al fondo del valle, se distingue la Ruta Nacional 40 que tomaremos en unos días para seguir el recorrido por el corazón de los Valles Calchaquíes. Al otro lado de la ruta, están las faldas peladas de la precordillera, ricas en minerales, y en la lejanía los Nevados de Cachi al Norte.
El principal interés de Amaicha es el Museo de la Pachamama que visitaremos mañana, pues ya está cerrado para cuando nos hemos instalado y duchado en el camping Los Algarrobos. El pueblo en sí es diminuto. Lo recorremos en bici en 10 minutos. Aunque ya son las 6 de la tarde, la mayoría de los comercios están cerrados todavía. Al final acabamos en la estación de servicio donde además de servir cafés tienen Wi-Fi. Después de que oscurezca nos damos otra vuelta por el pueblo en búsqueda de verdulerías para prepararnos una ensalada. Como de costumbre la selección es limitada y al final los ingredientes son los de siempre: tomate, zanahoria, aguacate (esta vez unos gigantes más insípidos que los Haas) y remolacha. Las lechugas estaban un poco pochas. Cuando volvemos al camping, la temperatura todavía es aceptable y cenamos en una de las mesas al exterior, pero para cuando acabamos ya hace frío y nos metemos en la tienda a leer y escribir.
El museo Pachamama de Amaicha es la obra de Héctor Cruz, un artista del valle, que tras estudiar las culturas preincaicas decidió usarlas como inspiración para sus obras. Se trata de un museo al aire libre donde las paredes de unas pocas edificaciones y el suelo están decorados con motivos de los pueblos del valle. Además, hay varias esculturas en hierro y piedra representando a los dioses de dichos pueblos, principalmente el sol y la luna, además de importantes personajes en su jerarquía como el chamán. Por supuesto, obras referentes a la fertilidad, tanto de la tierra como de la raza humana, abundan. Una de las edificaciones alberga un museo de geología con información sobre las minas del valle así como muestras de los minerales y piedras semipreciosas que en ellas se encuentras. Incluso tiene una réplica de una galería minera por la que se puede pasar. Otra de las salas guarda material arqueológico de las tribus locales y reproduce escenas cotidianas de sus vidas. La última edificación que se puede visitar contiene una colección de cerámica y murales tejidos del autor.
A mitad de la visita hemos de abandonar el museo para ir a llamar a nuestra colaboradora en la oficina de correos de Tucumán. Sandra nos informa que el cargador ha llegado y que mañana podremos recogerlo en aduanas. Genial. Regresamos al museo para acabar de ver algunas secciones con más detenimiento y nos preparamos para coger el bus que nos llevará a Tucumán esta tarde.
El viaje no tiene demasiado interés, pues ya lo hemos recorrido en bici. Sin embargo, el tramo de bajada por las Yungas, resulta espectacular. Hoy no hay niebla como cuando nosotros subimos y podemos apreciar la frondosidad de la selva mucho mejor, así como la profundidad de los cañones por los que discurren los arroyos.
Llegados a Tucumán, nos alojamos en un hotel cerca de Aduanas para simplificarnos la vida. Mañana nos espera un día cargado de burocracia.
Nos presentamos en las oficinas de Aduanas a la hora de apertura. Preguntamos por el funcionario que tiene nuestro paquete y nos rendimos sumisos al proceso en curso para retirarlo. Primero hay que pagar unos pocos pesos simplemente por el hecho de presentarse a recogerlo. Luego nos vamos con el funcionario a otra planta del edificio donde otra persona abrirá el paquete para inspeccionarlo. Como está a nombre de Judit, yo tengo que esperar retirado del mostrador. Aunque Judit utiliza todas sus armas para evitar la tasa de importación, acabamos pagando el 50% del valor del cargador. Como ya veníamos dispuestos a pasar por el tubo, la indignación sólo nos dura un rato.
Liberados de los trámites y con el cargador en la mano, nos encaminamos hacia la terminal de autobuses para retornar a Amaicha y seguir con nuestra ruta como si nada hubiera pasado. Como si no nos hubiera costado más el envío y los impuestos que el propio cargador. Además ahora tendremos que acarrear los dos hasta que probemos el nuevo y lleguemos a Salta para enviar el estropeado de vuelta.
Una vez en el camping, después de las 4 horas de viaje, verificamos que funciona correctamente y nos ponemos a hacer planes para mañana.
Tras una agradable bajada nos unimos a la RN40 que nos llevará en unos pocos kilómetros a la ruinas de Quilmes. Los Quilmes fueron un pueblo que se resistió a las invasiones incas y españolas. En particular, los españoles los sometieron duramente hasta conseguir que la mayoría perecieran. Una vez vencidos los trasladaron a pie desde su valle a las cercanías de Buenos Aires en un viaje que duró meses y que se cobró la vida de muchos de ellos. Una vez en el “Nuevo” Quilmes, fueron obligados al sistema de encomienda, básicamente una forma de esclavitud. En la actualidad, en el Nuevo Quilmes se produce la famosa cerveza argentina que lleva el nombre de este pueblo. La cerveza y las ruinas que visitamos es prácticamente todo lo que queda de ellos.
La ciudad estaba organizada en clases, cuanto más importante o poderosa la persona era, más arriba en la ladera vivía. Abajo en el llano, vivía el pueblo; más arriba la nobleza, y los sabios en la cima de la montaña. La ciudad se construyó entre dos espolones rocosos que le proporcionaban una defensa contra ataques. Además, a lo largo de las aristas de ambos se suceden varios pucarás, o puestos de vigilancia. Las casas del pueblo se construían semienterradas, con muros de más de 1 metro de espesor. La entrada estaba dispuesta en forma de espiral para reducir la fuerza del viento, tan habitual en la zona. Las viviendas eran habitadas por varias familias y se disponían alrededor de un patio central. Adosado a las paredes de las viviendas construían unos porches a base de tirantes de cardón y techos de paja para protegerse del sol. Otra habitación presente en todas ellas era la sala de moler el maíz. Para ello usaban primero un mortero de piedra en el que machacaban los granos. Después parte del resultado se pasaba por un molido fino para preparar otras comidas. Las casas de la nobleza eran individuales por familia y, por tanto, más reducidas. Pasillos estrechos comunicaban unas con otras. Desde los pucarás uno puede apreciar la organización que ya tenían estos pueblos antes de la llegada de los invasores. Incluso se pueden ver parte de las murallas alrededor de la ciudad. Paseando por las zonas de la ciudad que aún no han sido restauradas, encontramos multitud de trozos de cerámica. Algunos de ellos decorados con los colores y diseños que hemos visto en el Museo de la Pachamama. Darío, nuestro guía, los guarda bajo un arbusto para mostrarlos a los siguientes turistas, mientras se queja de que el proyecto de restauración está parado hasta que se resuelva el litigio con el actual usufructuario por apropiación indebida de restos arqueológicos. Hasta construyó un hotel en la base de la ciudad usando las piedras de las viviendas de los Quilmes. Parece la misma técnica que los españoles usaron para construir la catedral de Cuzco con los bloques de los edificios Incas…
La ruta 40 en esta zona es muy llana y llegamos a Cafayate, población principal del valle, sin problemas. En los alrededores de Cafayate abundan los viñedos, o más precisamente, los viñedos de altura, como aquí se llaman. Estos dan vinos de mayor graduación como nos encargaremos de comprobar en los días venideros.
Para cenar vamos a una de las peñas, establecimientos donde hay música tradicional interpretada por grupos de la región. Por desgracia somos los únicos clientes de la noche y no hay suficiente quórum para llamar a los músicos. La parrillada de cordero no se corresponde a las expectativas que el chico de la puerta del restaurante nos había vendido y ante nuestra queja, nos trae otra parrillada completa, esta vez con las partes más carnosas del pobre corderito. Otra vez nos vamos de vuelta al camping con las panzas rozando el cuadro de la bici. Por lo menos esta vez no vamos borrachos, pues el vino era bastante imbebible.
La carretera RN68 va directamente de Cafayate a Salta capital pasando por la Quebrada de las Conchas, un barranco que tiene una riqueza de formas geológicas impresionante. La conjunción de una variedad de estratos sedimentarios y la erosión han creado formas en las rocas como ventanas, obeliscos, gargantas, etc. A pocos km del inicio de la quebrada nos desviamos del asfalto a la derecha por una pista arenosa hacia unas paredes verticales de tonos rojizos. Al cabo de unos cientos de metros un motorista que resulta ser un guardaparques nos informa que no se puede circular por la zona, así que seguimos a pie. También nos da un folleto con la descripción de los puntos de mayor interés de la quebrada y su localización. Todavía avanzamos un poco más andando pero las fotos del folleto, aunque muy saturadas, prometen formaciones y colores espectaculares más adelante.
El siguiente punto de interés es el de Las Ventanas. Aquí la erosión eólica ha horadado las paredes de barro dejando aperturas de diferentes formas. A continuación viene El Obelisco, una punta de tierra que ha resistido la erosión y se mantiene orgullosa apuntando al cielo. Las vistas de estratos coloridos se suceden casi sin interrupción pero es en otro desvío de la carretera donde tiene su punto álgido. Al inicio de esta pista se encuentran unas paredes con una acumulación de capas finas retorcidas hasta lo inimaginable. Siguiendo pista adentro el paisaje es alucinante. Nunca hemos visto una concentración de tierras y rocas de diferentes colores como aquí. En unas laderas los colores se funden para transicionar suavemente. En otras, el límite entre tonos estás perfectamente definido. De una de las paredes del torrente seco que remontamos afloran unas láminas blancas y quebradizas que resaltan sobre el rojo de la arena compactada que las sujeta. De nuevo abandonamos el área en búsqueda de los otros puntos de interés en el folleto, pero con diferencia, éste es el más espectacular.
A continuación pasamos por la Yesera, La Casa de los Loros, el Fraile, Los Castillos, pero ya no les prestamos tanta atención. Al final de nuestro recorrido llegamos a la Garganta del Diablo, un cañón estrecho por el que trepamos hasta llegar a una pared vertical de más de 100 metros de altura. Desgraciadamente, las paredes están pintarrajeadas o esculpidas con mensajes tan estúpidos como sus autores.
Con tanta parada para hacer fotos y desvíos laterales, se nos ha hecho tarde para recorrer los 50 km de regreso hasta Cafayate, así que regresamos en bus. Parece sorprendente que la quebrada no sea declarada parque nacional con los espectaculares parajes que alberga.
Hoy sí acertamos con el restaurante para la cena. En La Macacha disfrutamos de la comida y del vino. Además entablamos conversación con una pareja de argentinos que están de turismo y nos pasamos un buen rato charlando agradablemente. Con la digestión completada y el alcohol ya prácticamente diluido, nos vamos de vuelta a la tienda.
A unos kilómetros de Cafayate, el asfalto de la RN40 desaparece y volvemos a encontrarnos con nuestros amigos: el ripio y el serrucho. El recorrido de hoy cruza poblaciones tan pequeñas que hay que fijarse bien para darse cuenta de que existen. Son pueblitos polvorientos de tan sólo 4 o 5 viviendas en mitad de la nada absoluta. Parece inverosímil que haya personas viviendo aquí. Nos preguntamos de qué viven, qué hacen, cómo pasan las horas. Pasado el mediodía pasamos por San Rafael y preguntamos para comprar más agua al único ser humano que vemos en la calle. Nos indica una casa un poco más atrás. Allí despertamos al propietario de su larga siesta para vendernos una botella de gaseosa entre bostezos y lagañas. Sin anécdotas ni paisajes dignos de contar llegamos al puente del río Calchaquí y montamos la tienda al margen de la carretera detrás de un bosquecillo.
La jornada de hoy es mucha más interesante que la de ayer. Al poco de cruzar el puente, entramos en la Quebrada de las Flechas. Los sedimentos del precámbrico han sido plegados dejando los estratos en ángulos cercanos a los 90 grados. No son los colores lo llamativo de la zona, sino las puntas que emergen del terreno. La RN40 pasa entre ellas en los llamados Cortes. A la salida de la quebrada se encuentra Angastaco, una población pequeña pero de aire dinámico. La plaza está en renovación, hay Wi-Fi gratis, la oficina de turismo está abierta y con gran variedad de folletos útiles. A la entrada un letrero advierte a los acelerados conductores: “Conduzca con precaución. En este pueblo no sobran los niños.” Las empanadas del comedor donde nos paramos están tan ricas que repetimos hasta zamparnos 4 cada uno. De regreso a la RN40 el rey de la colina nos despide con un par de rebuznos.
En esta zona encontramos varias bandadas de loros escandalosos. Uno asocia los loros con selva amazónica y no con la aridez que nos rodea, pero por lo menos amenizan el recorrido. Avanzamos un poco más para llegar a la Ermita de El Carmen, la más antigua del valle. Está hecha de adobe y con techo de madera de cardón. En su interior alberga réplicas de los cuadros de los Ángeles arcabuceros. Se trata de una colección de pinturas de la escuela cuzqueña muy interesante. Los originales están en la iglesia de Uquía, en la Quebrada de Humahuaca, que visitaremos en unas semanas. En ese relato contaremos la historia detrás de los cuadros.
El avance por la pista de tierra es lento y los pinchazos por espinas de cactus no ayudan precisamente. Después de haber cambiado las dos cámaras de repuesto que llevamos me doy cuenta de que mi rueda delantera está floja. Empieza a ponerse el sol y llegamos a Los Molinos a base de hincharla al máximo y pedalear rápidamente. Todavía tenemos tiempo de reparar una de ellas y ducharnos antes de que cierren los comercios. Nos damos una vuelta por el pueblo y, como de costumbre, compramos demasiada comida. En la cocina del hospedaje nos preparamos el filete con huevos fritos y una ensalada gigante. Además nos comemos la mitad del pan casero que hemos comprado. La fruta, el queso, la lata de atún y el resto del pan quedan para mañana.
Antes de abandonar el pueblo quisiéramos visitar algunos de los molinos que le dan nombre. Imperdonablemente paramos a un aldeano que viene pedaleando esforzadamente en subida para preguntarle por los molinos. Sólo queda uno, justo antes de cruzar el río y ya no funciona. Efectivamente, la construcción está allí, la piedra de moler y los mecanismos también, pero abandonado. En unos años las tormentas de veranos habrán desmoronado el barro de las paredes y todo estará en ruinas.
La subida al puerto antes de bajar hacia Seclantás no tiene mayor complicación. Aquí el paisaje está otra vez salpicado de grandes cardones. En Seclantás paramos para comer en el restaurante Inti Raymi. Aquí la comida consiste en platos tradicionales como el escabeche de porotos, charquisillo y chuchoca. El propietario nos explica cómo él y su mujer los preparan. Nos muestra un cayote, una especie de calabaza con aspecto de sandía, de dónde sacan el dulce de cayote. Él también nos recomienda un par de telares para visitar donde todavía tejen al estilo tradicional y nos muestra cómo tomar la Ruta de los Artesanos.
La Ruta de los Artesanos corre paralela a la RN40, al otro lado del río. Aquí se pueden encontrar telares y artesanías locales auténticas. En casa de la señora Odila Mamani podemos ver como se teje el típico poncho salteño. En el largo telar ya está montada la urdimbre y el tejedor ya tiene completado medio metro de trama. Mientras nos explica cómo funciona el sistema de pedales para tramar, él sigue trabajando con movimientos automáticos por la infinidad de veces que los ha repetido pero no menos precisos por ello. Para que la tela sea tupida hay que compactar las diferentes tramas con fuerte golpes de pala. Tras 4 o 5 días de trabajo, la tela para un par de ponchos estará completa. Odila se queja de que algunos de los otros artesanos, a pesar de mostrar un telar y poner a alguien a trabajar cuando aparecen los turistas, ya sólo revenden telas.
Cachi es nuestro destino de hoy. Es la última población que visitaremos de los Valles Calchaquíes. El pueblo conserva las construcciones coloniales del casco antiguo, alrededor de la plaza. Por la noche, las paredes encaladas de las casas reflejan la luz de las farolas de mercurio creando un ambiente agradable y tranquilo para pasear. Así es como damos con el restaurante Ashpamanta donde Verónica y su compañero preparan al momento y a la vista de sus clientes suculentos platos de pasta y pizzas. Ella como otros que hemos encontrado por el camino, dejaron la vida rellena de estrés de las ciudades para encontrar una relajante paz interna en los pueblitos. Después de saciar el apetito, intercambiamos historias en una conversación muy agradable.
Después de reparar el resto de cámaras en el patio del hostal, nos damos un paseo por la plaza donde los artesanos ya tienen expuestos sus trabajos en madera, piedras pulidas y telas. De momento nuestro objetivo es el Museo Arqueológico, donde se expone una buena colección de materiales arqueológicos de los grupos indígenas de la zona. A la salida compramos una cajita hecha con diferentes tipos de madera escenificando una imagen típica del valle. Cachi es una población que da para más de una mañana, pero menos de un día. Sin haber paseado lo suficiente por ella nos ponemos en marcha.
Nuestra ruta atraviesa el Parque Nacional Los Cardones, sube hasta el collado de La Piedra de Molino y baja por la cuesta del Obispo hasta Salta. Hoy sólo podremos hacer parte de la subida, pues empezamos a pedalear después del mediodía. El cruce del parque Los Cardones no es nada espectacular. De hecho, hemos visto mejores ejemplares en otras partes del valle. Un tramo de la carretera sigue la recta de Tin Tin, parte del Camino Inca. Seguimos subiendo y sobre el km 40 de hoy nos apartamos de la carretera y acampamos en el lecho arenoso de un torrente seco, bajo la atenta mirada de un guanaco. Como siempre, a la que el sol desaparece, el frío cae y nos reguardamos en el saco. Antes de irnos a dormir salimos para descargar las vejigas y alucinamos con el cielo estrellado que tenemos encima. Después de la visita nocturna en el Parque Nacional El Leoncito, ahora ya sabemos reconocer algunas de las estrellas y constelaciones del hemisferio Sur. Hay que descansar para mañana si queremos completar los 112 km que nos quedan hasta Salta, así que nos vamos a dormir temprano.
Salimos de la tienda justo cuando la línea de sol cruza el torrente donde hemos dormido. Arrastramos las bicis hasta el asfalto y nos ponemos en marcha carretera arriba. Llegando al collado, como siempre, sopla viento de cara. Una bandada de caranchos juega con las ráfagas que tanto nos fastidian a nosotros. Al llegar a la cima se nos pone una sonrisa de oreja a oreja al ver cómo la carretera baja y baja y baja. Las curvas de la Cuesta del Obispo se pierden de vista. Justo lo que necesitamos para la jornada de hoy, bajar. Cuando llegamos a fondo del valle hemos perdido unos 2200 metros de altitud en aproximadamente 60 km. Buena parte de la bajada más pendiente está sin asfaltar, pero de todas maneras, es fantástico hacer kilómetros de esta manera, sin pedalear.
Los 37 km que nos quedan hasta Salta son de trámite, sin interés. Lo único destacable es la serpiente que casi atropellamos y el tráfico pesado en los pueblos satélite de la capital. Sin embargo, al acercarnos al casco urbano de Salta, encontramos un carril bici que nos librará del estrés de circular entre coches durante varios kilómetros. Siempre es un relax llegar al hostel y darse una ducha caliente. Nos preparamos una ensalada y a la cama. Mañana nos tocará pasear por Salta la linda, tan linda que enamora, según anuncian los carteles turísticos de la ciudad.