Álbum de fotos:
• P. N. Huerquehue
Descargar ficheros del P. N. Huerquehue:
• Ruta GPS y waypoints
Alojamiento y comida:
• La cocina de Elisa (Menús Mapuches, Curarrehue)
• Lorena Carinao ( Alojamiento y menús Mapuches, Quineñahuín)
En esta etapa primero visitamos el Parque Nacional Huerquehue, en la región de la Araucanía, donde hacemos una excursión a pie. A continuación rodeamos el mismo parque en bici por una zona rural con numerosas comunidades mapuche.
24 de Abril: De Pucón al P. N. Huerquehue (Perfil)
25 de Abril: Del P. N. Huerquehue a las Termas San Luis (Perfil a pie) (Perfil en bici)
26 de Abril: De las Termas San Luis a Quineñahuín (Perfil)
27 de Abril: De Quineñahuín a las Termas San Sebastián (Perfil)
28 de Abril: De las Termas San Sebastián al Lago Colico (Perfil)
29 de Abril: Del Lago Colico a Melipeuco (Perfil)
Después de varios días en Pucón aguardando que la tormenta pase, finalmente hoy seguimos nuestro camino. Los fortísimos vientos durante la tempestad han dejado las calles de Pucón llenas de ramas arrancadas a los árboles. Aunque la tormenta ha pasado, hoy es uno de esos días en que nos ponemos y quitamos el equipo de lluvia demasiadas veces.
Nuestra primera parada es en los Ojos del Caburgua, una confluencia de 2 arroyos que caen en cascada sobre una poza cristalina. Más adelante llegamos a la Playa Negra del Lago Caburgua y a unos 2 kilómetros a la Playa Blanca. Ambas dan la impresión de recibir muchos visitantes en Enero y Febrero, pero con el día que hace hoy, uno no puede imaginarse veranear aquí.
A continuación nos encaminamos hacia el Parque Nacional Huerquehue. El camino discurre por una zona muy rural de casas aisladas que habitualmente tienen algún tipo de negocio como la venta de gas o una pequeña proveeduría. Todas tienen perro y alguno de ellos nos toma por liebres. Afortunadamente la mayoría se asustan con un frenazo derrapando y algunos insultos en catalán a todo pulmón. El truco de coger una piedra también sirve, señal de que más de una pedrada han recibido. Al llegar a la entrada, el guardaparques nos da muy buena información de las posibles excursiones así como de pistas alrededor del parque para llegar a las comunidades mapuches. También nos recomienda el Camping Olga para pasar la noche, hacia donde nos dirigimos sin dudarlo.
Yati y Antoin, la pareja a cargo del camping, nos ofrecen todo tipo de facilidades para acampar, incluyendo la posibilidad de montar la tienda dentro del quincho para evitar la lluvia y el suelo que ya no puede absorber más agua. Aprovechamos la estufa de leña para secar la ropa de bici y caldear el quincho. Ellos están recogiéndolo todo para dar por terminada la temporada. Otra ocasión en la que somos los últimos turistas de la temporada.
Por extraño que nos parezca, el cielo está totalmente despejado, un día perfecto para la excursión que tenemos planeada a un par de cascadas y a los lagos del parque. El camino asciende en zigzag por una ladera desde la que se tienen excelentes vistas tanto del Lago Tinquilco como del Volcán Villarrica. Finalmente tenemos un buen y claro panorama del volcán. Durante la subida se encuentran un par de desvíos a las cascadas del Nido del Águila y Trafulco. Ambas van muy cargadas de agua después de tanta lluvia.
Al principio del sendero vamos esquivando el barro y los charcos, dando saltos de piedra en piedra o aprovechando los troncos y pasarelas instaladas para ello. Pero a medida que ganamos altura, la nieve se hace más abundante. Cuando llegamos al collado donde se encuentran los lagos hay más de 10 cm. Aquí la técnica es dar saltos entre las pisadas de otros que nos precedieron en los días anteriores, pero al cabo de un rato ya tenemos los pies congelados. Esta zona el bosque sigue teniendo una variedad de vegetación increíble y mezcla especies tan diferentes como araucarias y bambú. Se supone que en este parque se pueden ver pudús, una especie de antílope diminuto muy escurridizo. Por un momento creemos que oímos uno cerca nuestro, pero nos damos cuenta que son acumulaciones de nieve que caen de los arbustos al ser fundida por el sol. Los lagos todavía tienen una capa de niebla poco densa sobre la superficie que junto con el perfil de las araucarias contra el cielo azul les da un carácter místico. De camino hacia el Lago Verde, vemos una pareja de carpinteros aporreando un tronco muerto en búsqueda de larvas. En la misma zona oímos el sonido de lo que podría ser un monito del monte, una especie de marsupial que se encuentra en este parque. No podemos ubicarlo, pero por el tipo de sonido podría pensarse que se trata de un simio, pero no es posible en esta zona. Nos encontramos una rama de araucaria abatida por el viento, que según el guardaparques tuvo ráfagas de 150 km/h aquí. En el centro de la rama supura la savia, blanca y pegajosa.
De regreso al camping, montamos los bártulos en las bicis, engrasamos las cadenas y nos lanzamos cuesta abajo por las curvas que subimos ayer. Los caminos secundarios por los que pedaleamos pasan por pastizales de ganado, principalmente vacuno. Y ya se sabe, donde hay vacas, hay mierda de vaca. Y donde hay muchas vacas… Es imposible esquivarlas todas. El día sigue reluciente y nos damos cuenta que nuestras sombras vuelven a acompañarnos. Es curioso cómo puede sorprenderte que tu sombra te siga, pero es que hace una semana que no vemos el sol. Como en esta zona el bosque ha sido arrasado para pasto, es fácil tener amplias vistas y en numerosas ocasiones podemos ver los volcanes Villarrica y el Lanín, que aunque está en la frontera con Argentina, se ve claramente debido a su mayor altura. Hoy el Villarrica echa humo y podemos estar tranquilos pues libera presión de su interior.
Los caminos no son particularmente espectaculares, pero tienen un encanto especial. Esta es una zona donde las gallinas no saben lo que es una jaula, donde la gente todavía se desplaza a caballo o a pie y te saluda al pasar. Nos sorprende la gran cantidad de microbuses que recorren la zona, transportando mayores y pequeños a Pucón o la escuela más cercana. La excursión de esta mañana nos ha llevamos más tiempo del que planeábamos, así que no podremos llegar a Curarrehue, nuestro destino para hoy. Nos tenemos que quedar en las Termas de San Luis y sacrificarnos de nuevo a bañarnos en agua sulfurosa a alta temperatura. Por supuesto, otra vez más ya es oscuro cuando nos metemos en la piscina termal y la tenemos para nosotros solos. Esto se está convirtiendo en adictivo.
Increíblemente, el cielo sigue despejado y desde la ventana de la habitación tenemos una preciosa vista del volcán. A pesar del sol, el frío nos entorpece los dedos hasta que salimos a la carretera principal al fondo del valle donde no hay árboles y el sol nos calienta.
Al entrar a Curarrehue nos damos cuenta de algunos de los rasgos mapuches en sus habitantes: piel más oscura, algo más bajos. Preguntamos por la localización del museo a un hombre que pasea con el hacha al hombro. El señor, ya mayor, la maneja como quien usa un lápiz. Con ella nos dibuja un croquis en el suelo de tierra para que nos quede claro. Por un meomento pensábamos que en alguno de los aspavientos durante la explicación se le escapaba el mango y la lanzaba hacia nosotros sin querer.
En el museo se exponen utensilios, instrumentos musicales, costumbres y artesanía de las comunidades mapuches de los alrededores. Tenemos la fortuna de disponer de un guía dedicado para nosotros que nos explican algunas de las tradiciones mapuches. También podemos leer algunos textos en mapudungún, su lengua. Más tarde, en el restaurante de Elisa probamos algunos de los platos tradicionales mapuches como el changle salteado, una seta que justo se recolecta en esta época. Un buen caldo de pollo campero nos llena el estómago. De postre tenemos lleuque, un fruto de aspecto parecido a la uva blanca, pero con hueso de cereza. Hay que tener paciencia para comerlo. Si sacas el hueso sin chuparlo suficientemente, no puedes evitar los filamentos pegajosos entre los dedos y los labios. Un café de trigo, piñones de araucaria hervidos y unas galletas de diferentes sabores ponen el punto final a nuestra comida.
Pasado Curarrehue, entramos en el corazón de una zona mapuche, donde las diferentes comunidades están dispersas por los valles laterales. Para mantener el contacto entre ellas, allí donde las carreteras no llegan, se han construido pasarelas colgantes en las zonas donde el río se encañona. Aún se ven carretas tiradas por bueyes para transportar mercancías de un lado a otro.
A lo largo de la pista hay gran cantidad de castaños. Después del temporal de hace algunos días hay montones de castañas en los márgenes y en pocos minutos llenamos una bolsa con más de un kilo. Entre unas cosas y otras hoy tampoco llegaremos al pueblo que teníamos pensado, pero tampoco tenemos prisa, así que poco antes de que empiece a oscurecer encontramos una casa en Quineñahuín donde ofrecen sitio para acampar. Compartimos las castañas con Darío y Lorena, sus propietarios, mientras charlamos sobre diferentes temas, pero especialmente sobre la cultura mapuche. Ellos mismos se resisten a hablar su lengua por la gran discriminación social que han sufrido y también por una especie de vergüenza ajena debido a malas actitudes de algunos de ellos que desgraciadamente se han hecho notar y han facilitado esa generalización en la que todos caemos tan fácilmente. Por suerte, en las escuelas tienen clases de mapudungún y talleres de costumbres y tradiciones que ayudarán a recuperar su cultura. Ellos mismos están construyendo un alojamiento y restaurante para difundirla a través de comidas tradicionales y otras actividades culturales.
Nos despiertan los ladridos de los perros de Darío. Todavía es oscuro y nos volvemos a dormir. La puerta de la tienda cruje cuando la abrimos para salir debido a la escarcha. Desayunamos en casa de nuestros anfitriones, nos despedimos y emprendemos camino hacia Reigolil, el último pueblo en el valle.
El terreno es muy parecido al de ayer y seguimos viendo los lugareños en sus quehaceres habituales como arar el campo con bueyes, desplazarse a caballo o hacer autostop sentados al sol. Cuando coronamos el collado empieza a llover. La lluvia es muy fina, pero ya nos conocemos la historia y además, la zona a la que nos dirigimos está borrosa tras una cortina de agua. Debajo de un gran árbol nos ponemos toda la ropa de lluvia que llevamos. Esta vez incluso unos guantes de goma de fregar los platos por encima de los de neopreno, para mantener las manos secas. La bajada del puerto es espeluznante, unos 450 metros en menos de 10 km. Los guantes de goma no funcionan. Aunque ya compramos la talla mayor, quedan demasiado apretados y no dejan fluir la sangre suficientemente. Como consecuencia, los dedos se adormecen y enfrían. También me doy cuenta que el sangrado de frenos que me hicieron en Pucón no es correcto. Aunque es cierto que el disco delantero ya no roza, también es cierto que no frena casi nada. Cuando llegamos al desvío hacia las Termas de San Sebastián, ya empezamos a estar mojados. Sólo nos quedan 4.5 km, pero la lluvia se intensifica y llegamos empapados de manos y pies. Por suerte, podemos acampar en el quincho. Tendemos la ropa para se vaya escurriendo y nos vamos a calentarnos con las aguas termales. En este caso se trata de una especie de bañera grande en una caseta techada privada. Tampoco hay nadie, así que lo de privada no importa mucho. La bañera tiene 2 grifos. El del agua caliente sale a 60 grados. La fría viene directa del río y debe estar por debajo de 10. Ahí nos quedamos durante un buen rato, relajándonos mientras la lluvia sigue golpeando el techo de madera.
Como el recorrido ha sido relativamente corto y rápido tenemos buena parte de la tarde por delante. Encendemos la cocina de leña del quincho y montamos un tendido para secar toda la ropa mojada. En las termas ya hace una semana que han cerrado la proveeduría pero a unos 300 metros hay una anciana que vende alimentos de necesidad, como galletas y vino. En este caso, a 55 km del pueblo más cercano, la oferta de la señora no es demasiado amplia y nos tenemos que contentar con un Tocornal de tetrabrik. ¡Qué cosa más mala! Después de conseguir no vomitar la primera copa, Judit acaba añadiendo unas gotitas para dar color al agua y yo no me atrevo con el calimocho para no estropear la Coca-Cola. A pesar de los cristales que faltan en las ventanas, el fuego caldea el ambiente y pasamos la tarde vigilando la colada y preparando la cena. Mi bañador de lycra sufre un accidente al entrar en contacto con la plancha caliente de la cocina. El agujero queda en bastante buena posición para dar escape libre a todas las flatulencias que vienen atacándome desde la castañada de ayer, pero sería un poco llamativo en las siguiente termas, así que damos por finalizado su recorrido por Sudamérica. Me llevará semanas superar esta pérdida y encontrar un sustituto.
La lluvia cae incesantemente. En la puerta del quincho hay un charco insalvable. Si mañana sigue así va a ser terrible salir, por muy seca que esté la ropa.
No podemos dar crédito a nuestros ojos: el cielo está limpio de nubes. El sol todavía está oculto tras las montañas, pero es increíble el cambio desde anoche. Sin desperdiciar tiempo nos ponemos en marcha tras un rápido desayuno, pero el frío nos hace parar cada pocos kilómetros en cualquier parte de la carretera donde da el sol. La pista sigue perdiendo altura atravesando el frondoso bosque y cruzando innumerables arroyos, ríos y cascadas.
Al llegar a la punta Norte del Lago Caburgua, paramos en la casa de los propietarios del camping a comprar unas galletas. Primero nos atiende la abuela que sale con las manos manchadas de lo que parece ser sangre. Dice que no sabe si quedan galletas y se va a buscar a su hija… ¡o un cuchillo afilado! Entonces vemos la ristra de pollos desplumados que cuelgan de uno de los aleros de la casa. La llegada de la hija no nos tranquiliza lo más mínimo. Entre las manos trae unos paquetes de galletas pero su delantal está salpicado de rojo. Mientras, un pavo se nos ha acercado piando como si nos diera aviso de peligro. La hija parece simpática y nos explica que están haciendo mermelada de rosa mosqueta y por eso las manchas. Nosotros miramos de reojo a los pollos, cogemos las galletas y nos largamos sin pensar. Buscamos el camino que nos lleva a la orilla del lago en el camping y aprovechamos para comer. Desde aquí tenemos una vista impresionante del volcán Villarrica, al otro lado del lago. Hoy no saca humo, o sea la presión interna está creciendo.
El camino se ha allanado bastante y el bosque ha sido substituido por pastizales, dejando que el sol nos caliente. Cuando llegamos al Lago Colico nos damos cuenta que nos hemos dejado unos de los guantes de neopreno en el lugar donde hemos comido, 15 km atrás. Retrocedemos hasta que llegamos a la primera casa habitada. Allí preguntamos a Sandra, la propietaria, si hay algún tipo de transporte para llevarnos a buscar los guantes. Nos responde que su marido está al caer y que él nos puede llevar. Los pavos y gallinas parecen tranquilos aquí, así que decidimos esperar. También decidimos que acamparemos en su terreno pues entre que vamos y venimos el sol ya estará demasiado bajo para continuar pedaleando.
Con los guantes recuperados y la tienda montada nos vamos para la casa a esperar la cena. Desde afuera, mientras Sandra cocina oímos que dice “Que se vaya el desgracio”. Un poco sorprendidos atravesamos la cocina y nos metemos en el comedor. Desde la ventana comprobamos que las gallinas siguen picando el suelo tranquilamente alrededor de la casa. La tele a todo volumen no para de escupir estupideces de la boca de Laura, la abogada de un reality show mejicano. Los líos de infidelidades son el tema preferido. Desde la cocina, de vez en cuando se vuelve a oír: “Que se vaya el desgracio”. Yo ya empiezo a ponerme nervioso, pues soy el único hombre en la casa. Por suerte, en el caso que acaba de resolver Laura, el marido es declarado culpable y ella dice: “Que se vaya el desgracio”. Desbordada de júbilo, Sandra aparece desde la cocina con un cuchillo en la mano y repite: “Que se vaya el desgracio”, pero su sonrisa nos tranquiliza.
Compartimos la cena con un desconocido que cuando termina su plato se acomoda en el sofá delante de la tele junto a Sandra y su marido René. El reality show ha terminado. Ahora tenemos una telenovela infumable que los tres siguen con devoción. Nosotros nos mantenemos ocupados con el portátil y el iPhone, pero se nos escapan algunas miradas cuando suena la música de que el malo/a entra en escena. Cuando nos vamos para la tienda, aún nos parece oír aquello de “Que se vaya el desgracio”.
El día de hoy transcurre sin demasiadas aventuras. Antes de salir arreglamos un pinchazo en la rueda delantera de Judit. La tarea no tiene más complicación si no fuera por la cagada fresca incrustada entre los tacos del neumático. Superada la prueba recorremos el mismo camino que ya hicimos ayer y continuamos rodeando el Lago Colico. Nos sorprende que las olas viajen en sentido Este-Oeste. Sospechamos que este cambio en la dirección del viento tiene algo que ver con el tiempo tan magnífico que estamos teniendo desde ayer.
Una vez ya en el asfalto que nos llevará hasta Cunco, pasamos por una parada de bus desde donde tenemos una vista excepcional del volcán Llaima, en el Parque Nacional Conguillio, hacia el que nos dirigimos. En Cunco recargamos provisiones y nos llenamos de proteínas animales en forma de lomo a lo pobre y cazuela de ternera. Con las barrigas rozando la barra horizontal del cuadro de la bici, salimos hacia Melipeuco, destino de hoy. Los 30 km pasan rápido y tras encontrar hospedaje nos dedicamos al cuidado de las bicis. Según los locales, el pronóstico anuncia sol durante los siguientes 4 días. Según la página web que consultamos habitualmente, no debería llover ¡¡¡en las próximas 2 semanas!!!! Demasiado bonito para ser verdad. ¿Será que el viento que viene de la pampa argentina empuja las nubes hacia el Pacífico?